Jornada de fe
Marcello Pignataro [email protected] | Lunes 04 agosto, 2008

Marcello Pignataro

A veces pienso que lo que nos mantiene en este mundo incólumes a muchas tragedias, vicisitudes y problemas que vemos en otras partes del mundo, es nuestra profunda fe. La fe mueve montañas, dice el refrán. En esta ocasión, como en todas las anteriores, las montañas se movieron para darles paso a todos y todas los que quisimos ir a saludar a la Virgen.
Soy del criterio, muy personal, de que el simple hecho de llegar en una pieza es motivo más que suficiente para agradecer a Nuestra Señora. Por un asunto de uno de mis pies, este año no pude hacer la Romería, pero igual fui a saludar a la Virgen y, cuando veo y leo acerca de las imprudencias de muchos choferes —y también peatones— me parece milagroso que la cuenta de accidentes no sea astronómica. Posiblemente el manto de la Virgen tenga la capacidad de proteger a todos los que la visitan.
El poder apreciar a personas de distintos estratos sociales, educativos y culturales compartir juntos hacia una misma meta, es sinónimo de alegría y nos hace pensar que no todo está perdido. Es cierto que unos pocos se buscan aprovechar de la situación y cometer ilícitos y robar la paz y la tranquilidad, pero no son y nunca serán suficientes para disminuir el poder de los cientos de miles que todavía creemos que Costa Rica puede ser mejor.
Problemas de salud, problemas económicos, operaciones, curaciones, milagros… La lista es interminable como interminables son el fervor, el pundonor y la fuerza de voluntad de los romeros que salieron de Tilarán y San Vito —cuya travesía nos fue relatada por la prensa— para agradecer a la Virgen las bendiciones que han recibido.
Y es que poder amanecer, levantarse de la cama, ver el sol, escuchar la lluvia, oler las flores y tocar a los seres queridos ya son, en sí, un milagro. Los ejemplos de superación que continuamente leemos en la prensa o en presentaciones que nos llegan por correo, son milagros también.
Hasta el clima se puso a favor de los fieles el pasado viernes porque los torrenciales aguaceros de los días anteriores dieron paso a una tarde, si no soleada, fresca y sin inconvenientes. Quizás el paso por el Ochomogo —que siempre es como entrar a otro país— haya sido historia diferente, pero eso no demerita la bondad del cielo de permitir a los creyentes llegar al sitio de agradecimiento.
De un tiempo a la fecha he venido leyendo libros de pensamiento positivo, de bienestar personal, de superación y creo que he empezado a ver la vida con ojos diferentes. Cuesta más trabajo fruncir el ceño para enojarse que alargar la boca para sonreír. Esta jornada de fe, en definitiva, me hace sonreír y mantener la esperanza en mi país y en su gente.
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