Inseguridad deportiva
Pedro Oller [email protected] | Martes 18 febrero, 2014
Que lo acontecido en el Estadio Nacional no sea escenario de más demagogia
Inseguridad deportiva
Fútbol. Vivo recuerdo de nuestros logros y fracasos, dibujo de nuestros anhelos. “Todos los uruguayos nacemos gritando gol y por eso hay tanto ruido en las maternidades, hay un estrépito tremendo”, escribía Galeano.
Pasión que desborda la razón. Alegría desbordada, frustraciones que se revalidan sin que uno mueva un dedo, solo por afición. Reflejo de nuestras faltas y carencias, en 100x70 metros y 90 minutos de juego se aspira que los once de uno nos revaliden la ilusión de ser mejores.
Así como quedó demostrado el domingo pasado, más fácilmente el fútbol nos refleja nuestro peor lado.
Nos muestra desnudos y sin filtros. Todo un fenómeno sociológico, político, cultural que es también negocio e intereses. Arte por dirimirse, difícil de conciliarnos.
A lo acontecido durante el partido de este domingo entre la Liga y Cartago, habría que agregar la ausencia de responsables. No los 30 energúmenos ingratos que fueron finalmente detenidos por la Fuerza Pública.
Ellos son los señalados, y esperaría uno también indiciados, por sembrar el miedo y repartir violencia contraviniendo lo dispuesto por el Código Penal, la Ley 7800 o la recientemente aprobada Ley para la Prevención y Sanción de la Violencia en Eventos Deportivos (entre otras).
Las tomas de televisión, en cualquier caso, sugieren que el número no es más que una muestra de los implicados.
No obstante, esta historia tiene otros protagonistas. Primero y sobre todo, la dirigencia del fútbol que complaciente facilita todos los medios para que las barras no solo existan, sino que transiten y se propaguen.
Como señala Silva Sánchez a propósito de la responsabilidad penal de las sociedades mercantiles, “Se trata, en efecto, de una organización formal basada, en el plano horizontal, en el principio de división del trabajo y, en el plano vertical, en el principio de jerarquía”.
Segundo, el Estado que como decía el viceministro Celso Gamboa el domingo en sus, por demás desafortunadas, declaraciones: “No interviene por tratarse de actividades privadas”.
De ser cierto que hay actividades de coordinación previas al evento deportivo, está claro que existe una preocupación sobre su desarrollo. ¿No se suponía que el Gobierno dotaría al Ministerio de Seguridad Pública de un sistema de información integrado que llevaría un registro de la información sistematizada en relación con los hechos de violencia derivados de los eventos deportivos oficiales y de competición?
Tercero y último, es la impunidad y corrupción que rodea la dirigencia de estas maras organizadas en torno al fútbol. Bajo el mismo criterio de Silva Sánchez que afronten las consecuencias de su accionar. Si, como lo reconociera el directivo Marco Vásquez el domingo, esas personas están debidamente identificadas, ¿entonces por qué es tan difícil el tema? Vásquez no está solo, lo mismo le he escuchado a representantes de Saprissa, Cartago o Heredia con igual inopia. Asumen los equipos de fútbol esa responsabilidad por omisión.
Antes de buscar respuestas electoreras recuerdo lo que también escribió Galeano: “El fútbol y la patria están siempre atados; y con frecuencia los políticos y los dictadores especulan con esos vínculos de identidad.” Que lo acontecido en el Estadio Nacional no sea escenario de más demagogia.
Pedro Oller
NOTAS ANTERIORES
Nayib Bukele presidente de El Salvador
Viernes 22 noviembre, 2024
El Salvador y Costa Rica han sido dos países hermanados desde siempre
Liderar el cambio
Viernes 22 noviembre, 2024
Las empresas en Centroamérica están trabajando, cada vez más, en el liderazgo sostenible
Dilemas de Marco Rubio y de la administración Trump en América Latina
Jueves 21 noviembre, 2024
El presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, ha nominado al cubanoamericano Marco Rubio como Secretario de Estado
Quiero experimentarlo todo, Incluso las consecuencias
Jueves 21 noviembre, 2024
Vivimos en un mundo donde todos quieren la recompensa, pero nadie quiere el riesgo