Hora de decisiones
Ennio Rodríguez [email protected] | Jueves 30 julio, 2020
El propio Presidente de la República cambió el tono de su discurso. Reconoce la gravedad de la situación económica y social y hace un llamado al principio de solidaridad y a deponer los intereses sectoriales y gremiales frente al bien común. La verdad es que se nos acabó el tiempo. La estrategia de postergar las decisiones fiscales se agotó, exacerbado por la crisis provocada por la pandemia del COVID-19 y por la forma de enfrentarla. La consecuente crisis económica y social recrudecerá. En ese marco, debemos utilizar las mejores prácticas para atender la pandemia y abordar de frente el desafío fiscal para mitigar el deterioro económico, mientras se implementan medidas de reactivación económica.
En la atención de la pandemia hemos dependido de sistemas manuales de rastreo y de la memoria humana mediante entrevistas personales. El éxito inicial aparente obedeció a que estos sistemas, bien que mal, dieron abasto. Cuando la pandemia se extendió a los barrios populares, tanto los métodos de rastreo cono las directrices de confinamiento se dieron de bruces. Había alternativas. Resulta incomprensible que no se haya hecho uso de las tecnologías de información disponibles para el rastreo y trazabilidad (“tracing and tracking”), las cuales hacen uso de los teléfonos móviles (de alta penetración en el país) y de la colaboración público-privada para establecer los centros de datos y de inteligencia artificial para, de esa manera, organizar y realizar un testeo más dirigido y eficaz, así como un confinamiento focalizado de menor costo económico. “Testing, tracking and tracing” está en el corazón de las estrategias más exitosas en el mundo para lidiar con la pandemia. En nuestro caso, al depender mucho más del confinamiento masivo, se ha agravado la crisis económica, con ella el desempleo, el empobrecimiento y ha aumentado la brecha entre los estudiantes de diferentes estratos sociales con diferente acceso a la Internet, aceleró la crisis fiscal y, tristemente, no hay evidencias de que la pandemia esté bajo control. La estrategia para enfrentar la pandemia también exhibe errores adicionales al no haber planificado el tratamiento de nuestras poblaciones más vulnerables que viven en cuarterías, tugurios y precarios en condiciones de hacinamiento. Una vez la pandemia llegó a estos sectores, la estrategia gubernamental empezó a exhibir sus limitaciones. La estrategia suponía la realidad social de los grupos medios, como si solo estos existiesen en el país. Por su parte, una hoja de ruta de la reactivación económica nunca fue presentada y con el agravamiento de la pandemia, esta se terminó de desdibujar.
Hoy, prácticamente todos los costarricenses somos más pobres que hace tan solo seis meses (el PIB cayó y seguirá cayendo). Además, el nivel de riqueza que habíamos alcanzado no era sostenible, por cuanto dependía del financiamiento internacional de un déficit fiscal que alcanzó el 7% del PIB en 2019. Pretender que el mundo iba a seguir financiando nuestro nivel de vida totalmente desproporcionado para la realidad macroeconómica es una ceguera imperdonable. Rápidamente, empezó la degradación de nuestros instrumentos de deuda ante la evidencia de que el país no tomaba las decisiones necesarias para asegurar a los mercados financieros que podría hacer frente a sus compromisos de deuda. Por eso es una obligación hacer un ajuste y consolidación fiscal antes de que sea tarde. Debemos recordar que el peor ajuste es aquel impuesto por los mercados financieros. Este fue el desenlace, aunque con las diferencias del caso, que vivimos en agosto de 1981 y la gran crisis que le siguió. Aprendamos de nuestra historia.
Además del PIB, el Estado costarricense también se empequeñeció financieramente hablando. Como muchos lo alertamos, la crisis económica, exacerbada por la pandemia y la estrategia para enfrentarla, redujeron los ingresos del Gobierno Central y de instituciones descentralizadas claves, mientras que aumentaron los gastos de atención sanitaria y de amortiguamiento del desempleo, las suspensiones de contrato y la pobreza. Así, tenemos menos recursos y más necesidades que hace tan solo cuatro meses.
Pretender atender la crisis fiscal haciendo uso de las reservas del Banco Central para financiar el Gobierno es iluso y no solo atrasaría, sino también agravaría el desenlace (de nuevo, ecos de 1981). Si bien algunos programas limitados para proveer liquidez con normativas estrictas podrían caber; pero hacer un uso más extensivo de las reservas para financiar el déficit, provocaría que nuestras calificaciones de riesgo se deterioren al punto de hacer inevitable un ataque al colón (como en 1981).
De tal manera que debemos abordar el déficit fiscal tanto por el lado de los gastos como de los ingresos. Al actual Ministro de Hacienda, don Elián Villegas, le reconozco, que si bien tímidas e insuficientes, sus medidas de recorte de gasto son las primeras de los últimos cuatro ministros de esa cartera. Pero el camino es largo. Como lo he venido proponiendo, para avanzar es necesario el diálogo nacional; el cual deberá convocarse al efecto por iniciativa del Gobierno (electo para estos y otros fines ineludibles). Las palabras del señor Presidente el pasado domingo son alentadoras en esta dirección. Para ello propongo utilizar una metodología de análisis, tanto de los ingresos como los gastos públicos, para superar mediante criterios objetivos, la defensa de intereses. Esta se basaría en una medición del impacto esperado de las acciones en dos objetivos claves: 1. la distribución del ingreso y 2. su contribución a la reactivación.
Así, para mencionar un par de ejemplos, establecer un régimen de renta global, mejoraría la distribución del ingreso e incrementaría los ingresos fiscales; mientras que reducir la disponibilidad de recursos para los bonos de vivienda, empeoraría la distribución del ingreso y dejaría de contribuir a la reactivación económica. En efecto, podemos analizar todas las propuestas con los criterios objetivos propuestos para superar el diálogo de sordos entre quienes pretenden proteger sus intereses y trasladar el costo del ajuste a los demás. Si todos somos más pobres como país, no debemos dejar de contribuir solidariamente.
Ennio Rodríguez
Economista