Hambruna: un síntoma de conflicto y la crisis global de la protección
Mishelle Mitchell [email protected] | Jueves 06 julio, 2017
Hambruna: un síntoma de conflicto y la crisis global de la protección
El hambre no llega como un ladrón en la noche. Señales de advertencia fueron claramente divisadas mucho antes de que se emitiera la alerta en enero de 2017. Los niveles de desnutrición aguda ya estaban creciendo. Un incremento en la severidad y longevidad de los conflictos ha causado el mayor número de personas forzosamente desplazadas desde la Segunda Guerra Mundial.
Hoy, más personas son vulnerables ante los desastres ocasionados por el cambio climático tales como las sequías, cada vez más frecuentes e intensas. En medio de esto, la brecha entre las necesidades humanitarias y el financiamiento para paliarlas se está ampliando.
Aun así, las señales de alerta fueron ignoradas. En febrero de 2017, la hambruna fue declarada en porciones de Sudán del Sur, Somalia, Nigeria y Yemen. Más de 20 millones de vidas están en riesgo en esas cuatro naciones. Al iniciar 2017, el número de personas que requerían asistencia nutricional de sobrevivencia ascendía a 108 millones de personas, un incremento del 35% en un año.
En esta era, sabemos que la hambruna no es producto de la escasez de alimentos. El mundo produce más alimento que lo necesario para cada habitante. El tema es el acceso —asegurar que cada persona tenga suficientes comidas nutritivas diariamente para vivir una vida saludable y plena. El alimento no es un privilegio, es un derecho humano.
La crisis alimentaria desatada es una manifestación contundente de una crisis global de protección, y los niños más vulnerables del planeta están pagando el precio más alto de una acción global lenta e indiferente.
En los cuatro países mencionados, 1,4 millones de niños presentan desnutrición severa. Si son dejados sin tratamiento, más de un tercio de estos niños morirá de hambre o de otras enfermedades.
Colectivamente estamos fallando en proteger los derechos de los ciudadanos más vulnerables del planeta, fallando en tutelar el derecho a la satisfacción de sus necesidades básicas como nutrición, protección y salud. Estamos fallando en proteger el derecho de la niñez a vivir libre de violencia y creer sintiéndose segura. Estamos fallando en acometer las causas estructurales de la pobreza extrema, el hambre y la privación, para que cada niño pueda alcanzar su desarrollo pleno.
Hace apenas seis años, el mundo enfrentó un desafío similar, cuando una hambruna fue declarada en Somalia. Igualmente, el mundo supo de la situación con anticipación, pero tardó en reaccionar. Entonces, murieron más de 260 mil personas durante esa crisis alimentaria y la mitad de las víctimas fueron niños y niñas. Y la mitad de esos decesos sucedieron antes de que la hambruna fuera oficialmente declarada en julio de 2011.
Luego de esta tragedia, a todas luces prevenible, el clamor global fue “nunca más”. Y hoy, nuevamente estamos enfrentando una crisis sin precedentes por escala, con muchas más vidas en riesgo.
Este mes de mayo, los líderes del G7, que integra las siete economías más ricas del planeta, se reunieron en Taormina, Italia, para discutir medidas colectivas para un mundo mejor. Una acción urgente es la crisis global alimentaria y las hambrunas. Eso debió estar en la agenda.
Los líderes del G7 tienen la histórica oportunidad de tomar decisiones concretas para aliviar el hambre y pobreza para 500 millones de personas y demostrar su compromiso con el llamado de la Agenda 2030 “no dejar a nadie atrás”. Deben responder al llamado humanitario a la emergencia y realizar inversiones para atender las causas persistentes de las hambrunas, para que nunca más debamos estar en este punto reconstruyendo sistemas para proteger a los niños y niñas y eliminar el hambre a nivel global.
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