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Hablando Claro

Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 14 noviembre, 2007


Soy una mujer madura, muy sana, con una calificación de sobrepeso grado uno. Tengo que perder 15 libras. Así visto a la ligera, no pareciera ser una situación grave ni mucho menos, pero mis riesgos potenciales de deterioro de salud indican lo contrario: además del sobrepeso, hago poco ejercicio y tengo factores hereditarios de obesidad, diabetes tipo 2 y presión arterial alta. Para colmo, pocas cosas me resultan tan tentadoras en la vida como un buen postre, una comida alta en calorías y, por supuesto, unos buenos vinos…

Cuando hago mi mejor propósito para empezar el calvario de la reducción de mi ingesta calórica, mis amigos siempre me animan. Pero en sentido contrario.

Existe la presunción muy fuerte en nuestra cultura de que hay que darles rienda suelta a los placeres gastronómicos, aunque estos placeres sean en extremo perjudiciales para la salud.

El exceso de comida nos está matando. Nos están matando el sobrepeso y la obesidad y nos está matando la diabetes tipo 2. La única enfermedad no contagiosa que está catalogada por la Organización de las Naciones Unidas como una epidemia de salud mundial; una enfermedad crónica, debilitante y altamente costosa con complicaciones tan severas que suponen un grave riesgo para las familias, los países y el mundo entero.

Tan grave es la situación que el proceso diplomático para que la ONU aprobara la resolución 61/225 para lanzar la campaña “Unidos por la Diabetes” fue aprobada en tan solo seis meses y paradójicamente fue impulsada por la República Popular de Bangladesh; uno de los países más pobres del planeta. Y es que la doble carga de las enfermedades infecciosas (como el VIH/sida) y la diabetes, está amenazando seriamente con revertir los beneficios del desarrollo limitado al que logran acceder los llamados países en vías de desarrollo, sobre los que recae el 70% del peso de la diabetes.

Actualmente se calcula que hay 246 millones de seres humanos con diabetes; es decir cinco de cada 100 personas padecen esta enfermedad. Peor aún, muchas personas tienen diabetes y no están diagnosticadas porque no han desarrollado aún los síntomas. Para 2025 se estima que habrá 385 millones de diabéticos. Toda una catástrofe de salud pública.

En nuestro país, los hospitales del Seguro Social atienden 116.820 diabéticos mayores de 20 años y 450 niños, de los cuales 30 fueron diagnosticados con diabetes tipo 2; es decir, diabetes de adultos. El costo de atención solo en 2005 ascendió a ¢12 mil millones colones el erario.

Pero estas cifras no reflejan los costos sociales y familiares asociados a una enfermedad tan debilitante como la diabetes; una enfermedad que reduce de manera significativa la calidad de vida si no se controla adecuadamente, que eleva el riesgo de eventos cardiacos, que implica muchas veces vivir el terrible trauma de la amputación de un miembro del cuerpo, lo cual deriva en severas complicaciones de tipo psicosocial y afectivo.

La diabetes es una enfermedad seria. Para quienes la padecen y para quienes tenemos todas las posibilidades de padecerla y no nos la tomamos en serio.

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