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Hablando Claro

Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 12 septiembre, 2007


Tendremos dudas acerca de muchas cosas, pero no sobre el hecho de que habremos de recordar la campaña de nuestro primer referéndum como aquella que nos desnudó todas nuestras imperfecciones, todas nuestras contradicciones y por supuesto, todos nuestros temores…

El último capítulo de esta puesta en escena de nuestro foro democrático, es la mejor muestra de lo que nos sucede. El memorando —esa pieza ya consagrada que será objeto de estudio y probablemente hasta de tesis— nos afecta porque nos refleja.

De un lado puso de manifiesto lo que muchos estiman que hay que hacer pero que a nadie en su sano juicio —excepto claro está a don Kevin y a don Fernando— se le ocurriría poner por escrito. Afirmación misma que pone en evidencia un relativismo delicado acerca de nuestra escala de valores y principios éticos, pero que lamentablemente sigue siendo realidad en la política.

Y del otro, desnudó esa naturaleza tan humana que nos impulsa a lanzarnos sobre el adversario cuando está tirado en el suelo para terminar de masacrarlo.

No se trata aquí de justificar lo injustificable. Nadie puede discutir el gravísimo error cometido. Menos aún se puede justificar o entender que hayan puesto al Presidente de la República en el entredicho en que quedó como receptor de tal propuesta. Y para colmo, la reacción inicial de exacerbación de don Kevin no hizo más que complicar el panorama. Repito, no hay justificación que valga para tanto desaguisado. Y la prueba de esta verdad de Perogrullo es que llegó de manera tardía —aunque absolutamente necesaria— la expiación de culpa de la disculpa pública. Después de pensarlo y sopesarlo mil veces el vicepresidente Casas admitió en otro tono que “metió la pata”, que una cosa es estudiar la política y otra muy distinta ejercerla. Que la curva de aprendizaje es tan intensa como cruel y que no siempre se tiene la cabeza fría para medir las consecuencias de lo que se hace.

Novatadas del poder. El problema es que no era un ensayo en el aula, sino un real ejercicio del poder… que terminó maltratando la institucionalidad democrática.

El otro problema, o más bien la otra realidad, es que hay quienes no pueden dejar pasar la oportunidad para —literalmente— lanzarse sobre una presa. Y eso en política es jauría. De modo que hay quienes habiendo sido expertos en las artes maquiavélicas más sutiles —aunque ciertamente nunca las pusieron en blanco y negro— se lanzaron sobre los coautores del memorando —que por cierto no queda duda es más de don Kevin que de don Fernando— para afirmar sin sonrojo que esta es “la página más negra de la historia democrática” o que “la democracia se vistió de luto” o que es tan pulcro que le provoca “vergüenza estar siquiera cerca de unos chantajistas”.

¿Que si el fin justifica los medios? Por supuesto que no. El problema es que la afirmación depende de quien la diga y en qué circunstancia se encuentre. Usualmente el fin no justifica los medios si se trata del contrario, no si se trata de mi proceder. Cada cual justifica su actuación y la de los demás en función del valor que da a los fines que persigue. Y ese relativismo extremo nos perturba en extremo… precisamente porque nos refleja.

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