Ganancias fabulosas, azote de la economía
Alvaro Madrigal [email protected] | Jueves 26 mayo, 2011
Evidencia incontrastable de que esta sociedad está domesticada es el talante con que ella se conduce ante el manejo que hace la Autoridad Reguladora de los Servicios Públicos (ARESEP) de los precios de los combustibles. Su violento encarecimiento —más allá de lo que la razón y la prudencia dictan— está convirtiéndolos en un despiadado azote, obstáculo para la competitividad y la producción de bienes y servicios y en zapador de las políticas anti-inflacionarias. En otra sociedad, no domesticada, el repudio de los consumidores estaría desbordado en las calles exigiendo un cambio. Sin pretender la locura de aplicar un mecanismo que se desentienda del comportamiento del petróleo y sus derivados en los mercados internacionales, sí se vale requerir, exigir más bien, que se respete el mandato de la Ley 7593 que impone en su artículo 3, inciso c), a ARESEP el principio de servicio al costo. Es decir, y de manera principal, tener como elemento influyente el costo de la materia prima en sus fuentes de abastecimiento.
RECOPE no se abastece de los crudos clasificados como WTI o del Mar del Norte que por ser finos y livianos son también más baratos. Lo hace en un 35% de sus importaciones en los mercados de Venezuela, Ecuador y Colombia y con ellos abastece el 35% del mercado local. Son crudos más pesados, rinden menos gasolina y diesel y más asfaltos por lo que son más baratos. Lógico es que a la hora de fijar el precio al consumidor se parta de que un 35% de la materia prima procede de una fuente más barata.
Empero, el mecanismo rigurosamente economicista —y por rebote fiscalista— que se aplica asume que los crudos se pagan al dictado del mercado de Nueva York. De ahí resultan las cifras escandalosas que los estados financieros de RECOPE consignan en el renglón de las ganancias: en 2008 fueron cercanas a ¢80 mil millones; después la diferencia de Ingresos menos Costos Corrientes ascendió a ¢62 mil millones y en el Balance de Situación registra para diciembre de 2010 un superávit mayor a ¢320 mil millones.
Esto resulta de los excesivamente generosos criterios aplicados a la hora de fijar los precios de los combustibles al consumidor, por completo reñidos con la norma de servicio al costo. El fisco está detrás de esta voracidad pues un 33% del precio al consumidor es lo que se le gira al CONAVI, a FONAFIFO y un raquítico 0,1% al MAG. Peligroso desmán (cuidado si no entraña un prevaricato) al extremo de que en enero de 2009 el presidente Arias aconsejó revisar el modelo de fijación de precios de los combustibles por el impacto negativo en las actividades económicas (con algunas salvedades como la de los autobuseros a quienes se provee de trato privilegiado), por cierto también contaminado desde que en los múltiples pliegues de las leyes complementarias al TLC que los “caballeros de industria” lograron coser, vino la eliminación del deber para el Regulador de fijar las tarifas; se diseminó la facultad en ese reino sin control en el que la voz del pueblo no se oye y las gollerías salariales se multiplican sin tino ni proporción gracias a que ARESEP se nutre de un presupuesto que pasó de algo más de 1.000 millones en 2001 a 14 mil millones en 2011…. El país necesita gasolina pero también razonabilidad en el manejo de su precio.
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