Frente al calentamiento global y el cambio climático no hay tiempo que perder
Alberto Salom Echeverría [email protected] | Viernes 13 mayo, 2022
Hace más de un siglo que nuestra casa común, la Tierra, comenzó de manera progresiva a sobrecalentarse y consiguientemente a cambiar su clima. Como es bien sabido el hecho no es nuevo; nuestro planeta ha tenido a lo largo de su historia tras millones de años de evolución, varios ciclos de calentamiento y enfriamiento. En los últimos 650.000 años se han producido siete ciclos de avances y retrocesos glaciales. La última glaciación o “era del hielo” se dio hace 11.700 años. La ciencia ha estudiado estos ciclos y ahora se sabe que la mayoría de ellos han ocurrido debido a pequeñas variaciones en la órbita de la tierra alrededor de nuestro astro solar. Estas variaciones explican la cantidad de energía solar que penetra en la Tierra.
Sin embargo, es bien conocido también por los científicos con apoyo de muchos instrumentos tecnológicos cada vez más sofisticados que, desde el siglo XIX, la producción de dióxido de carbono y otros gases, se convirtió en el factor clave del calentamiento global que experimenta el planeta. A esos gases se les conoce como “gases de efecto invernadero”, ya que afectan la transferencia de energía infrarroja a través de la atmósfera. La energía infrarroja, en breve, es un filtro que excluye o filtra los rayos ultravioleta provenientes del sol. Los rayos ultravioleta a su vez, aparte de producir enfermedades de la piel como el cáncer, cataratas prematuras y hasta ceguera en los humanos, así como otras enfermedades en esta especie y en los demás animales y plantas, lo peor es que sobrecalienta la atmósfera terrestre.
Los científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos que se creó en 1988 han producido seis informes evaluativos integrales acerca del estado de los conocimientos científicos, técnicos y socioeconómicos sobre el cambio climático, sus causas posibles repercusiones y estrategias de respuesta. (Cfr. archive.ippc.ch 2022) Al tenor de todo lo anterior es que el grupo Intergubernamental de expertos ha afirmado que: “…el actual calentamiento está ocurriendo unas diez veces más rápido que la tasa promedio de calentamiento que se dio tras las épocas glaciales. Tras la última Edad de Hielo -afirman- el dióxido de carbono producido por la actividad humana está aumentando a una velocidad más de 250 veces mayor que el proveniente de fuentes naturales.” (Cfr. Vostok ice core data; NOAA Manual Loa CO2 record. Y Gaffney, O; Steffen, W. 2017 “The Anthropocene equation” The Anthropocene Review. Vol.4, Issue 1, April 2017, pgs.53-61). Asertos como los anteriores nos permiten concluir que el actual ciclo de calentamiento global deriva principalmente de la intervención del ser humano de la época industrial sobre su entorno y, más concretamente, de las empresas productoras de combustibles fósiles. Según el Instituto Mundial de Investigación sobre el Clima, ya en el 2019, las mayores empresas de carbón, petróleo y gas, que extraen, refinan y comercializan estos productos, son responsables del 82% de las emisiones de todo el CO2 derivado de estos combustibles en el mundo. Asimismo, producen el 62% del total de las emisiones de “gases efecto invernadero” que, impulsan el calentamiento de la atmósfera y los cambios en el clima del único Planeta que habitamos.
Además, he obtenido la información de que las veinte principales empresas que producen combustibles fósiles lanzaron a la atmósfera 480 millones de toneladas de dióxido de carbono y metano (GT CO2 e) entre los años de 1965 y 2017, eso representa un volumen equivalente al 35% de las emisiones mundiales de combustibles fósiles en ese período que fueron del orden de 1.35 billones de toneladas de CO2 e. Corresponde que nos preguntemos ahora ¿Quién es el máximo responsable de contaminar la atmósfera terrestre y por lo tanto de enfermar al Planeta? Las seis principales empresas de esta naturaleza, para que todos sepamos son: Saudi Aranco (de Arabia Saudita), Chevron (de USA), Gazpron (de Rusia), Exxon Mobil (de USA), BP (del Reino Unido) y la Royal Dutch Shell de Holanda. Todas estas empresas, durante años se han beneficiado de subsidios estatales a granel, lo que constituye de hecho un incentivo para la producción de los combustibles fósiles; además se les ha otorgado preferencias reglamentarias entre otras (observen el descaro), “controles de contaminación laxos, términos de arrendamiento favorables para extraer recursos en tierras públicas y otros costos financiados por los contribuyentes al fisco, incluidos los de protección militar para que realicen las rutas marítimas en la comercialización del producto (es decir por todos los ciudadanos de esos países que pagan impuestos). ¿No es este acaso, como dice el economista Nicholas Stern, el mayor fracaso de la economía de mercado a lo largo de toda la historia? En efecto, leemos del economista (parafraseo): se privatizan los beneficios del gigantesco negocio de los hidrocarburos contaminantes, pero se externalizan los costos y daños. ¡Qué belleza! Como decimos en Costa Rica: ¡Así quien no! El negocio (¡el pésimo negocio!), lo terminan costeando quienes no causaron el daño ambiental, los ciudadanos de a pie, las personas dedicadas a la agricultura y, caigamos de espalda, los niños del mañana. Como dice mi nieto Marcelo de dos años y once meses copiando a su padre ¡Así de fácil! (Cfr. quien lo desee puede consultar más refiriéndose a: openglobalrights.org/fossil-fuel-producers-and-climate-responsabilities-and opportunities/?lang=spanish#:~:TEXT=algunos%20delos%principales20contribuyentes…)
Me siento en el deber ante mis congéneres, ante mí mismo de martillar una y otra vez, sobre datos verídicos y confiables que, nos permiten medir a dónde estamos y por dónde vamos en el calentamiento global de nuestra “Casa Común”. Trato de actualizarme en la información existente, sencillamente porque he decidido, humildemente lo expreso, dedicar esta última fase de mi vida que, espero sea larga y productiva, a trabajar muy duro en mi propio conocimiento de la cuestión y en la conciencia de todas las personas con las que me relaciono sobre el riesgo que corre la vida, nuestra vida y la de nuestros descendientes, la de los demás animales y plantas ante esta enfermedad que padece el Planeta. Así la llamo, nuestra Tierra está enferma, seriamente enferma. Me adhiero a semejante diagnóstico nada halagüeño que proviene de los científicos especialistas. Quien desee volver su mirada hacia un costado, una vez que conozca los datos sobre el tema, como queriendo soslayar la cuestión, no hace más que sumarse a los más imprudentes de la especie humana que, atizan con su actividad productiva de hidrocarburos principalmente, provocando la carbonización de la atmósfera y con ello, el calentamiento global del Planeta. Así de sencillo.
Antes de proseguir debo transmitir una idea: aquí estamos, conviviendo en nuestra única residencia común y, tenemos derecho a aspirar a una vida digna. Eso quiere decir que tenemos que usar los recursos de que disponemos para procurarnos una existencia decorosa para todas las personas, corrigiendo las inequidades. De acuerdo con eso. Pero, debemos partir de varias premisas que quiero compartir una y otra vez con mis congéneres. Veamos.
La primera es “una premisa humanista” y de “una nueva filosofía de vivir”: “Una Nueva Cultura”. Consiste en lo siguiente: no tenemos derecho a continuar viviendo arraigados en la creencia que ha prevalecido en la cultura del “industrialismo” de que somos los dueños de la Naturaleza y por lo consiguiente, podemos disponer de ella como nos venga en gana. No señores, así no es. Tras habernos sentido los dueños, hemos abusado de nuestro hogar común, ora depredando los bosques, ora contaminándolo todo con los hidrocarburos, y un largo etcétera. Nos hemos ganado el “mote” de la especie más depredadora sobre el Planeta. En realidad, somos hijos de la Tierra y no sus dueños como arrogantemente nos hemos creído. Todos los seres humanos somos hijos de la “Madre Tierra”. Lo expresado implica que, para poder afirmar que nos respetamos a nosotros mismos y a todos los seres humanos, hay que amar y respetar la Naturaleza, con independencia de las creencias religiosas de cada persona y cultura. Respeto a sí mismo, lo conceptúo enlazado con el respeto al otro, a la otra, así como a la Naturaleza.
Una segunda premisa, es la premisa de “La Nueva Economía”. Al respecto expreso que la producción ha de ser sostenible y sustentable en el largo plazo, en lugar de consumir los recursos que pertenecen a las generaciones futuras. En sencillo sostenible quiere decir que no nos es dable acabar con los recursos que nos sean vitales, hay que invertir con vistas al corto, mediano y largo plazo; tampoco se puede afectar el ambiente y nuestro entorno por extraerlos y producirlos en aras del desarrollo común. Debemos apuntar en todo momento a una economía “ambientalmente sostenible”. Sustentable, también en forma sucinta, implica que, los recursos que produzcamos deben satisfacer y ser útiles a todos los habitantes de una región o país, propiciando desarrollo digno a toda la ciudadanía y a sus hijos y no solo a una parte minoritaria de la sociedad, como ocurre con harta frecuencia.
La tercera premisa que propongo es la de “Una Nueva Política”: De ella derivo algunos principios: El primero de estos estriba en que el ser humano debe estar dispuesto a “rendir cuentas” a los demás acerca de su quehacer. Libertad para cada persona sí, pero sin afectar la libertad de los demás y sujeta a la obligación moral de “rendir cuentas”. Quiero citar a Benito Juárez prócer de Los Estados Unidos Mexicanos y presidente de esa gran nación, quien en 1867 dijo: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.” O también, como dijera el filósofo Jean Paul Sartre: “Mi libertad se termina donde empieza la de los demás”. También creo que, entre más alta sea la responsabilidad de cada ciudadano o ciudadana en su respectiva sociedad, mayor será la obligación de “rendir cuentas” de sus actos conforme a las premisas anteriores. El segundo principio de “La Nueva Política”, en mi valoración es complementario del anterior y están inextricablemente ligados entre sí; cada persona debe observar siempre un accionar “transparente” dentro de su núcleo familiar, su comunidad de vivencia y aprendizaje, su sociedad, así como en el ámbito internacional. El tercero de los principios de “La Nueva Política” tiene como núcleo central el imperativo de la sociedad en su conjunto, de cada comunidad y del individuo, de proceder de manera “solidaria” y “desprendida” con los demás seres vivientes (flora y fauna); en especial con los más desvalidos y sufrientes de entre nosotros. Empero, hemos de procurar siempre actuar de modo tal que no auspiciemos dependencias en las personas que nos proponemos ayudar. Solidaridad no significa entonces generar dependencias. Por el contrario, debemos crear las condiciones para que cada persona pueda llegar a desenvolverse de manera cooperativa pero autónoma en lo económico y, por añadidura, con solvencia en lo social, cultural e intelectual.
Todo lo anterior es un “deber ser”, un propósito, un norte. Con esas premisas y principios y abierto siempre a escuchar y compaginar mis ideas con las de todas y todos ustedes, vuelvo a retomar la idea central: un desarrollo sostenible y sustentable con la Naturaleza, su ambiente, es el camino para salvar la vida toda hoy amenazada por el flagelo del calentamiento global. Lo propuesto debe servirnos para cambiar el estilo de vida consumista, destructivo e individualista. Habremos de buscar un nuevo “modelo de civilización”, con sociedades más frugales, en las que nos eduquemos todas las personas, como un imperativo ciudadano en la búsqueda permanente de una convivencia pacífica y cooperativa. Con la educación de todas las personas en el centro, hemos de procurar que la solución a los ineludibles conflictos nunca de lugar a las formas violentas, sino a métodos alternativos de solucionarlos, donde prive el diálogo y no la insensatez. Salvar la vida en el Planeta es la prioridad y es ya, de lo contrario podemos llegar a encontrarnos en una situación de “no retorno”. No tenemos tiempo que perder.
Alberto Salom Echeverría.
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