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Finales

Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 01 diciembre, 2008


Finales

Claudia Barrionuevo

Cuando yo era niña y adolescente las películas siempre terminaban con el famoso término “The End”. Aunque en 1963, Hitchcock decidió eliminar de su gran clásico “Los pájaros” el cartelito que anunciaba el final, el The End siguió utilizándose por varios lustros.
El objetivo del gran maestro del cine de terror fue mantener el desconcierto en el público: ¿había terminado o no la demencia pajaril? No eran las vacas locas sino los pájaros locos. Y causaban pánico.
En Hollywood las películas más taquilleras son las que terminan bien. Los finales felices en el cine son felices porque son finales. Una historia de amor que termina con un beso apasionado en un paisaje perfecto —atardecer incluido— nos deja con la sensación de que todo es felicidad. La magia del cine nos evita ver los conflictos que siempre inevitablemente surgen en la vida de una pareja.
Porque si bien los inicios de una pareja son casi siempre perfectos e inolvidables, sus finales son inevitablemente tristes. Trágicos incluso. O en todo caso dejan una sensación de frustración difícil de superar.
No nos pongamos pesimistas: la verdad es que casi todos los finales de la vida —excepto el de la vida misma, que es la muerte— se convierten en inicios de nuevas etapas. De una nueva vida. No mejor ni peor. Distinta. Eso sí.
Hay finales felices que se repiten varias veces en la vida. El final del curso lectivo, por ejemplo, que se está dando en estos días. Feliz para quien salió bien librado de todas las asignaturas. Tortuoso para los que deben presentar materias. Lamentable para aquellos que deberán repetir el año.
Más perfecto aún para los que terminan el colegio y empiezan la universidad. El inicio maravilloso de una nueva vida.
Hay cosas que no se terminan nunca aunque uno lo desee con locura, y otras que se acaban aun cuando uno no lo quiera por nada del mundo.
Cuando leemos una novela que nos gusta mucho y nos atrapó desde el principio, tratamos de alargar las páginas finales con la esperanza de que el gozo de la lectura se alargue. Terminar de leerla nos deja con un sentimiento de vacío.
Para los teatreros el final de la temporada de una obra es sumamente nostálgico. En mis oficios teatrales yo paso por tres etapas muy similares a las de la maternidad: la gestación que es el hecho de escribir en solitario un texto teatral o crear dentro del vientre a una criatura; la formación de ese ser o darle tridimensionalidad a la obra, es decir, construirla con otros —los actores—; y la exposición de ese ente autónomo que es el espectáculo en contacto con el público o —en términos de la maternidad— el ser humano completo desarrollándose solo. Finalmente, el final, el final de la temporada, cuando el hijo se va del nido y este queda vacío
La misma sensación nostálgica nos provoca el final de un buen año. Aunque siempre —humanos al fin— las doce de la noche del 31 de diciembre nos trae la esperanza de que el próximo año será mejor, ya sea que el recién pasado haya sido fructuoso o trágico. Siempre confiamos en lo mejor del porvenir.
Fin.

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