Esclavos, cocaína y tiburones
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 26 abril, 2010
Siendo niña leí “La cabaña del tío Tom” y vi la película homónima. No recuerdo bien los sucesos pero sí las sensaciones que me produjeron tanto la lectura como el film: tristeza, indignación, miedo, ira…
La historia de ese grupo de esclavos era lo suficientemente antigua como para dejar de llorar horas después de la proyección o de la lectura escudándome en el hecho de que los sucesos databan de 1852, es decir muchísimo antes del nacimiento de mis abuelos, incluso de mis bisabuelos. O sea: en el tiempo de Maricastaña.
La esclavitud era entonces para mí algo del pasado remoto, un horror decimonónico, un espanto superado.
Y aunque desde hace un tiempo sé por las noticias que la trata de personas es el tercer negocio ilícito del mundo, hace pocos días me sorprendió enterarme que a pocos kilómetros de la capital, un grupo de hombres vivían en condiciones infrahumanas, habían sido despojados de sus documentos, no recibían salario y eran obligados a trabajar a punta de látigo. ¡Esclavos! En dos barcos de pesca 36 asiáticos ejercían como esclavos en las costas de Puntarenas.
La empresa supuestamente responsable de este horror funciona en Costa Rica y se dedica entre otras cosas, según su sitio en Internet a la exportación de tiburón congelado.
Los tiburones ya fueron “cómplices” involuntarios de otros empresarios pesqueros en un sonado caso relacionado con el primer negocio ilícito del mundo: el narcotráfico. En junio del año pasado casi una tonelada de cocaína disimulada en un cargamento de escualos congelados fue descubierta por las autoridades mexicanas.
Víctimas una y otra vez, los tiburones siguen además sufriendo del desaleteo, la espantosa práctica de cortarles las aletas y tirarlos de nuevo al mar. Observar los vídeos que ilustran este horror provoca llorar tanto como la idea de la esclavitud. Y al parecer esta barbarie sucede en nuestro país.
Todos estos hechos son una vergüenza para Costa Rica.
El ente nacional que regula los temas marítimos es el Instituto Costarricense de Pesca y Acuicultura (Incopesca). El año pasado el fideicomiso de esta institución perdió ¢406 millones por créditos. Una auditoría externa señaló que hubo “deficiente gestión de cobro administrativo y judicial” sobre los recursos prestados.
Ante este panorama general uno creería que el presidente ejecutivo del Incopesca no ha realizado una tarea óptima. Seguramente me equivoco como tantas veces puesto que la señora presidenta electa lo confirmó en su puesto por cuatro años más.
Afortunadamente el mar y los tiburones también tienen sus defensores. Uno de ellos acaba de ser distinguido con un importantísimo galardón internacional: el Premio Ambiental Goldman.
Se trata del biólogo Randall Arauz, fundador y director del Programa Restauración de Tortugas Marinas (Pretoma), organización que desde 1997 investiga y protege los recursos marítimos.
Su enérgica lucha contra el aleteo de los tiburones le valió obtener este reconocimiento que desde 1990 se otorga anualmente a seis militantes a favor del medio ambiente en todo el mundo. Por América Central y Sur América fue escogido el señor Arauz.
Un honor para todos en el país.
Claudia Barrionuevo
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