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Es tiempo de los punteos

Alvaro Madrigal [email protected] | Jueves 18 marzo, 2010



De cal y de arena
Es tiempo de los punteos

Como en el Eclesiastés que registra que hay un tiempo para cada cosa, en el ritual de la política doméstica existe, tras la elección del nuevo Presidente de la República, el tiempo de las genuflexiones y las peticiones. Los grupos de presión son los primeros en solicitar audiencia a las nuevas autoridades, concedida la cual concurren muy modositos con una larga lista de “punteos” a la formal ceremonia en la que el electo gobernante —siguiendo el mejor código de relaciones públicas— escucha y expresa apertura, comprensión y estudio.
Concluido el acto con abrazos y besos (cuando se puede) una atmósfera de optimismo y esperanza ilusiona a quienes creen que ahora sí van a contar con un buen interlocutor y con la voluntad política que por tanto tiempo se les evade a la hora de entrarle al meollo de los problemas. No faltan los escépticos que, sabedores de la leche que dan los políticos, llevan la “car’e chancho” lista para la consumación de la tomadura de pelo. Así es la rutina de cada cuatro años, rutina que a pesar de las promesas que la acompañan no ha conseguido remediar ni la gravedad del problema de la destrucción de la infraestructura vial ni la pérdida imparable del poder adquisitivo de los salarios, que figuran con carácter prioritario en la lista de “punteos”.

Este ritual no está para todos. Quienes manejan los hilos del poder porque hicieron valer sus contribuciones o poseen influyentes padrinos o sesgan las conductas del partido y del gobierno, no necesitan pedir audiencia ni hacer genuflexiones. Más allá de ellos y de los grupos organizados, hay otros que ni siquiera se enteran de que al presidente electo se le entregan suplicatorios y se le sacan promesas en esos días. Son los sumidos en la pobreza extrema, los que viven en precarios, en cuevas, hacinados, sin acceso a los bienes y servicios que se quedan para los demás, como lo denunció en su homilía del 2 de agosto de 2005 el Arzobispo de San José al advertir la existencia de una Costa Rica desconocida, “la otra Costa Rica”, la de las víctimas de la brecha entre los que más tienen y los desposeídos, que se ensancha día con día.

Llama la atención que en su propaganda, en su plan de gobierno, cuando proclamó el triunfo, la Presidente Electa priorizó su compromiso con el combate a la inseguridad ciudadana. Al presentar su programa expresó tres veces la palabra “seguridad” para demostrar cuán comprometida está con esta cuestión que tanto angustia. Y no es que marginó lo de la pobreza y la marginación (ahí están —en el plan de gobierno— la promesa de abatir la pobreza extrema, el fomento de la solidaridad en las comunidades, el programa Avancemos, las pensiones al régimen no contributivo, las políticas de empleo, las ayudas al pequeño empresario, la provisión de medicina preventiva y la asistencia al niño y al adulto mayor); lo que está pendiente es que doña Laura determine el sentido de urgencia y prioridad que reserva al tema de la pobreza y la marginación siendo que en la génesis de la inseguridad ciudadana gravita pesadamente esta cuestión.
Con las arcas fiscales vacías y con la aversión al aumento de la carga tributaria, se hace más densa la atmósfera para la acción social del nuevo gobierno.

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