Es difícil mantener y fácil perder la democracia liberal
Miguel Angel Rodríguez [email protected] | Lunes 21 febrero, 2022
Daron Acemoglu y James A. Robinson en su obra de 2019 The Narrow Corridor (El Pasillo Estrecho) señalan que el surgimiento de la democracia liberal depende de un precario y difícil equilibrio entre un estado fuerte y una sociedad fuerte. “Se necesita un estado fuerte para controlar la violencia y proveer los servicios públicos que son indispensables para vivir de manera que la gente tenga el poder de escoger y perseguir sus preferencias. Una sociedad fuerte y movilizada es necesaria para controlar y encadenar el fuerte estado” … “El Pasillo Estrecho hacia la libertad está estrujado entre el miedo y la represión que causa un estado despótico y la anarquía que se da en su ausencia. Es en este pasillo donde estado y sociedad se equilibran uno al otro. Este equilibrio no es el resultado de un momento revolucionario. Es una lucha constante entre los dos un día sí y otro también.”
Es difícil mantenerse en ese estrecho corredor que permite a las personas vivir en libertad y progresar disfrutando de igualdad de oportunidades y sin discriminación. Por eso la democracia liberal surge y prevalece en pocas naciones.
Con motivaciones ideológicas, defensa de valores y enfrentamientos entre diversos intereses se puede -gracias a circunstancias fortuitas- con mucha dificultad construir una democracia liberal. Depende de circunstancias y relaciones entre los diversos grupos que componen la sociedad: los que detentan bienes y son emprendedores, las mayorías que predominan en los procesos electorales y los diversos segmentos minoritarios por raza, religión, inclinación sexual, nacionalidad.
Por democracia liberal entiendo tal como lo hacen Sharun W. Mukand y Dani Rodrik en su artículo The Political Economy of Liberal Democracy (La Economía Política de la Democracia Liberal) el sistema de una sociedad en la que todos los ciudadanos sin excepción disfrutan: 1.- de derechos patrimoniales esenciales para la producción de bienes y servicios tales como los derechos de propiedad, de emprender, de competir de contratar; 2.- de derechos políticos que aseguren a todos libre e igual participación en procesos electorales para conformar los poderes públicos y les ofrezcan garantías que protejan sus libertades fundamentales; y 3.- de derechos sociales (llamados derechos civiles en los EEUU) que garanticen no discriminación ni en el pago de impuestos ni en la participación en los bienes y servicios que provea el estado. Todo lo cual constituye un estado de derecho.
Nosotros somos herederos de 200 años de historia que construyeron nuestra democracia liberal. Claro, es imperfecta. No hemos alcanzado los niveles de bienestar que permitan reducir la pobreza, el desempleo, la informalidad. No tenemos un régimen político que facilite continuar previsoramente adoptando los acuerdos de acción colectiva que nos permitan mejores políticas y servicios públicos. No estamos generando iguales oportunidades de superación para las familias pobres, ni para los pueblos fuera de la Meseta Central.
Pero, con todo, nuestra democracia liberal es una extraordinaria, aunque frágil herencia. Somos la democracia más antigua de América Latina, y según el Índice de Democracias de The Economist somos una de las 21 naciones del mundo (entre 167 países) que estamos entre las democracias plenas. En América solo alcanzan esta posición Canadá, Uruguay y Costa Rica, y de las diferentes categorías que se toman en cuenta estamos en primer lugar en derechos civiles junto a Nueva Zelandia y a Uruguay. Claro desdichadamente en este grupo privilegiado de 21 países ocupamos el último lugar en cuanto a funcionamiento del gobierno.
Nuestra democracia liberal es fruto de la cultura grecorromana-judeocristiana y de las ideas ilustradas de la Independencia de EEUU, de la Revolución Francesa, de la Constitución de Cádiz, que fueran siendo asimiladas por nuestros antepasados desde el Ciudadano Pablo en adelante. Es resultado de que nuestro primer jefe de Estado fuera maestro y no militar. De que un militar, el General Guardia después de asumir por la fuerza la Presidencia la entregara al proceso electoral. Es la apertura de la votación a los hombres que no tenían bienes ni eran letrados, de eliminar el voto público y en grados, y finalmente -tan tarde como 1949- de permitir el sufragio femenino.
Es fruto del café y de la inmersión en el comercio internacional producto de su desarrollo décadas antes que en otras naciones, entonces más ricas. Es fruto de que la escaza población al tiempo de la independencia y la dotación de tierras libres favoreciera cultivos familiares inicialmente pequeños.
Es fruto de tantos patricios que dedicaron el estado al servicio de la educación pública, y de la apertura de la secundaria a todos y todas en la segunda mitad del siglo XX. Resulta de la calidad y cobertura de la medicina, de la progresiva eliminación de discriminaciones raciales, religiosas, por nacionalidad o preferencias sexuales. Es fruto de las reformas sociales del gobierno del Dr. Calderón Guardia.
Hoy se ha debilitado el equilibrio entre el estado fuerte y la sociedad fuerte que depende de la prevalencia de esos derechos patrimoniales, políticos y sociales.
La desigualdad ha crecido. Los grupos sociales y los partidos políticos se han fragmentado. El enojo ha generado desdén hacía nuestra institucionalidad.
Estas circunstancias someten a serio riesgo nuestra democracia liberal.
Es hora de ser cautos y cuidarla. Es hora de impedir que se instaure la democracia iliberal o populista que desdeña los derechos patrimoniales y sociales, y conduce a la pobreza y a la discriminación.
Así como es difícil construir la democracia liberal que depende de tantas circunstancias azarosas, así es difícil reconstruirla cuando se pierde.
Para proteger la democracia liberal ciertamente estamos llamados a progresar en derechos patrimoniales, políticos y sociales ya que, como he indicado, en todos esos campos tenemos carencias. Pero lo que más urge es fortalecer el funcionamiento del gobierno que es el aspecto más débil de nuestra institucionalidad democrático-liberal. Esta limitación se refleja en nuestro resultado económico que es pobre con relación al alto desarrollo político y social alcanzado, pues somos la nación con más bajo PIB per cápita entre las 21 democracias plenas. Esta circunstancia genera desencanto con nuestra institucionalidad y limita la racionalidad en las decisiones públicas, pues mueve a los ciudadanos a actuar emotivamente guiados por la frustración y el enojo. Esta es en mi criterio la mayor amenaza que enfrenta nuestra democracia liberal.
Seamos vigilantes y protejamos la valiosa herencia que nuestros antepasados con visión, esfuerzo y mucha suerte supieron construir en 200 años de independencia.
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