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Erradicar la pobreza extrema es una buena inversión

Pablo Chaverri [email protected] | Lunes 11 mayo, 2020

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¿Por qué hay personas que viven con descomunales riquezas mientras otras en la más oprobiosa miseria? Esta es una pregunta clásica en las ciencias sociales sobre la que se ha progresado bastante en los últimos años, gracias a los avances computacionales y matemáticos que permiten analizar mucha mayor información con mucha más precisión que en el pasado. La respuesta tradicional a esta pregunta suele apuntar a la cantidad de esfuerzo invertido, pero la investigación reciente demuestra que los pobres trabajan muchas horas y tienen muchas más preocupaciones que los no pobres, lo cual les impide enfocar apropiadamente sus recursos cognitivos, disminuyendo así su desempeño al tomar decisiones y resolver problemas. También se ha venido demostrando que la riqueza suele concentrarse más en función de la herencia y las estructuras jerárquicas, que de la habilidad personal. Los ricos no son más inteligentes que los pobres, sino que tienen mejores condiciones de vida que les permiten aprovechar mejor sus recursos cognitivos. Aunque estas afirmaciones pueden resultar contra-intuitivas para muchos, cuentan con respaldo científico. Al respecto, se puede ver, por ejemplo, el trabajo de reconocidos investigadores como Esther Duflo y Abhijit Banarjee, el de Anandi Mani, el de Joseph Stiglitz, o el de Thomas Pikkety, el cual respalda con evidencia las anteriores afirmaciones, así como el de Martha Farah o el de Eldar Shafir.

En mi opinión, un problema de fondo en el gran reto de erradicar la pobreza es que, en los países latinoamericanos, tenemos la cultura de la limosna muy interiorizada, y todavía no lo suficiente la de los derechos. Es decir, muchos ven como bueno que se repartan limosnas temporales y superficiales, pero se oponen a que se erradique la pobreza y el hambre permanentemente. A algunos les parece bien un miserable donativo que se agotará rápidamente, pero se oponen al ingreso mínimo vital financiado con impuestos a las grandes riquezas. Les parece bondadoso repartir algunos diarios, pero se oponen a eliminar el hambre en Costa Rica permanentemente. La limosna humilla, los derechos dignifican; por ello es crucial hablar en Costa Rica del ingreso mínimo vital, de formas progresivas para financiarlo y de la erradicación de la pobreza extrema para siempre.

Imaginemos la siguiente metáfora: una persona ve a otra ahogándose en un rio y va a salvarla, luego va por otra y otra más, hasta que se pregunta de dónde vienen todas esas personas ahogándose y decide ir rio arriba. Entonces se da cuenta de lo que pasa. Resulta que hay unas personas lanzando a otras al río. ¿Qué hay que hacer? Obviamente hay que rescatar a quienes se están ahogando, pero también impedir que otras sean lanzadas al rio. Es decir, hay que preocuparse por las causas y no solo por las consecuencias. Y una de las causas de la pobreza es, sin duda, la desigual, injusta y perniciosa distribución de la riqueza, que se ensaña mayormente contra mujeres jefas de hogar, niños, niñas y adolescentes, campesinos e indígenas, personas con discapacidad física y mental, así como contra adultos mayores.

Costa Rica se fue moviendo, gracias a sus reformas sociales de mediados del siglo XX, de ser un país de renta baja a uno de renta media, pero con muy altos niveles de desigualdad, que se agravaron particularmente a raíz de las contra-reformas sociales de los años 80 y 90 del siglo XX. Si graváramos todos los ingresos, salarios y pensiones de lujo y todos los grandes capitales con tasas razonables y progresivas (la idea de que quien tiene más paga más, y quien tiene menos paga menos), dentro de un sistema fiscal robusto y eficientes que impida la evasión y la elusión de impuestos, no solo resolveríamos el déficit fiscal, sino que además contaríamos con recursos para pasar de “luchar” contra la pobreza extrema a plantearnos seriamente el objetivo de erradicarla.

El resultado de esta lógica tributaria redistributiva tipo Robin Hood es que, después de pagar proporcionalmente sus impuestos, los ricos seguirían siendo ricos, pero los pobres dejarían de serlo, creando así un mecanismo de reactivación económica por vía de creación de demanda en los nuevos no pobres, quienes al adquirir bienes y servicios reactivan la actividad económica, brindando más oportunidades de obtener ingresos a muchos y haciéndolo justamente en las comunidades de menores recursos donde viven, creando entonces una dinámica de retroalimentación positiva, en la que los nuevos ingresos de los ahora no pobres ayudan a mejorar los ingresos del resto.

Tener mucha pobreza y desigualdad es muy costoso, pues su crecimiento está asociado a altísimos costos en salud, retraso humano y social, administración de la justicia, centros penitenciarios, sistemas de seguridad, atención de la violencia y de la conflictividad social resultante. En cambio, erradicarla es un excelente negocio social, pues además de ser un mecanismo de reactivación económica, disminuye sustantivamente todos los anteriores costos.

Hasta ahora la erradicación de la pobreza se ha visto como un mero gasto sin retorno, pero en realidad se trata de una inversión inteligente de alto retorno. Es necesario pasar de una cultura de la limosna a una del derecho y la justicia social. ¿Tienen las personas derecho a un ingreso mínimo vital que les permita no vivir miseria? La respuesta que se dé a esta pregunta será clave sobre la forma de abordar el problema y de buscar herramientas para resolverlo.

Pablo Chaverri, académico








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