Entre el consumismo y la resistencia
Arnoldo Mora [email protected] | Martes 27 noviembre, 2007

Los costarricenses suelen vivir en las últimas semanas del año en una delirante atmósfera de consumismo. Al pueblo se le trata como si fuese una masa de desenfrenados consumidores. Todo se presta para eso, tanto el calendario escolar como el laboral. Los niños y jóvenes disponen de tiempo para fiestas de fin de curso con lo que dan inicio a sus largas vacaciones de verano. Los adultos recibimos el aguinaldo. El comercio, por su parte, se dedica a una calculada y despiadada cacería de esos dineros recurriendo a un bombardeo de propaganda en los medios de comunicación, que embota los sentidos, narcotiza las conciencias y robotiza las conductas, a fin de que la gente se comporte como un rebaño dócil de consumidores que en enero padecerán el calvario de sus irresponsabilidades.
Asumiendo fríamente para sus objetivos este deplorable cuadro de pseudo cultura nacional, nuestra inescrupulosa clase política suele aprovechar los fines de año para imponer una serie de medidas cuya impopularidad no se escapa a su cínico realismo. De forma descaradamente soez, lo dicho está sucediendo en la Tiquicia de la “tiranía (¿en o sin?) democracia” que los hermanos Arias están tratando de imponer. Sin tomar en cuenta que la mitad del pueblo costarricense votó en contra del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y que un 40% se abstuvo, es decir, que solo una minoría lo apoyó, a pesar de la multimillonaria y no siempre transparente propaganda y a la intervención descarada e inconstitucional de potencias y canales televisivos extranjeros, pretenden ahora que la Asamblea Legislativa apruebe, atropellando las normas legales, un conjunto de leyes llamadas paralelas que no son más que la estructura básica de ese monumento al entreguismo que, a espaldas del pueblo, firmó un puñado de apátridas.
Dichosamente, un significativo conjunto de costarricenses, unidos a lo largo y ancho de la geografía nacional y que abarca un amplio abanico de sectores sociales e ideológicos, organiza una patriótica resistencia a esta imposición antidemocrática, cuyas nefastas consecuencias tendríamos que pagar las actuales generaciones y, si no cambiamos drásticamente de rumbo, también las futuras. Quienes nos oponemos a esas leyes, nos estamos negando a firmar un cheque en blanco o una hipoteca que nos someta a nuevas formas de colonialismo.
Es por eso que todos los costarricenses, conscientes de la gravedad de lo que está en juego, debemos saludar como una actitud valiente y auténticamente cristiana el pronunciamiento de la Conferencia Episcopal condenando como inmoral y éticamente perversa una eventual firma del Tratado de Budapest porque convierte los órganos e, incluso, los embriones humanos en vulgares mercancías. El llamado de los obispos no recurre a argumentos teológicos, sino al marco legal y a la ética inspirada en el derecho natural, es decir, basada en la razón y no en la fe. Se dirige, a los diputados que dicen buscar el fortalecimiento de la familia. Corresponde ahora a los diputados, especialmente aquellos que se autocalifican de “cristianos” (?) demostrar si lo son de verdad o tan solo visten el ropaje de los fariseos.
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