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Encuestas y elecciones

Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 20 diciembre, 2013


Debemos ver las encuestas como un poder fáctico que propende, en la práctica, a inclinar al electorado en un determinado sentido


Encuestas y elecciones

En las campañas electorales del mundo entero, las encuestas se han convertido en protagonistas de primer orden. A pesar de que tan solo son un método probabilístico de medición del estado de ánimo del momento de sectores de votantes más o menos representativos del todo social, se suelen tomar en la práctica como si fueran verdades absolutas. Esto hace que en el imaginario colectivo se tomen los resultados provisionales como si fueran señales infalibles de lo que va a pasar. Es en esa media que las encuestas juegan un papel nada desdeñable en el comportamiento electoral de no pocos sectores de la población. Prueba de ello es que quien más parece tomar en serio las encuestas es el propio Tribunal Supremo de Elecciones. Dicho Tribunal calcula la suma de dinero que adelanta a los partidos tomando en cuenta el mayor o menor caudal de votos que, según las encuestas, presumiblemente lograrán los partidos. Más aún, ha trascendido en algunos medios que el mencionado Tribunal ya tiene reservada una suma multimillonaria en previsión a una (¿probable?) segunda ronda. Es por todo eso que debemos ver las encuestas como un poder fáctico que propende, en la práctica, a inclinar al electorado en un determinado sentido; si esto se cumple o no es otro asunto. No son, por ende, un juego inocente… como nada lo es en política.
Las elecciones constituyen una época ideal para medir el grado de democracia alcanzado por un pueblo. La democracia política se hizo factible cuando se crearon las instituciones que posibilitan a los pueblos expresar su voluntad en la escogencia de sus gobernantes. Los partidos políticos fueron concebidos como mecanismos que tienen como objetivo escoger a los candidatos, optar por una ideología y proponer a los ciudadanos un programa de gobierno para un periodo determinado Las campañas electorales tienen como objetivo tratar, dentro del marco fijado por la ley, de convencer al mayor número de ciudadanos de que su ideología y sus programas de gobierno son los mejores para lograr su bienestar y que sus candidatos son las personas más competentes y honradas para hacerlos realidad.
Esta puja de los partidos por lograr el máximo de poder debe hacerse en igualdad de condiciones, de modo que el pueblo tenga la oportunidad de escoger sin presiones ni coerciones. Porque estamos, parafraseando a Rousseau, ante un “contrato” entre los ciudadanos y los aspirantes a gobernarlos. Para lograrlo, se deben respetar las normas legales y éticas que validan un contrato, a saber, que las partes estén debidamente informadas y que hagan su opción libres de toda presión que los constriña en el ejercicio de sus libertades constitucionalmente reconocidas. Siendo, por ende, las encuestas y su profusa divulgación en los medios un poder fáctico nada desdeñable, deben igualmente someterse a las normas legales y principios éticos que contribuyan a formar una sólida conciencia cívica en los votantes.
La política, en virtud de su propia naturaleza, tiene que ver con la conquista y el ejercicio del poder. Todo poder es de una u otra manera, una forma de violencia. Por eso hablamos de “fuerzas” sociales, económicas, políticas, ideológicas, etc. La política es el campo de batalla donde estas fuerzas se confrontan y se miden.

Arnoldo Mora

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