El gran perdedor
Alvaro Madrigal [email protected] | Jueves 18 febrero, 2010
De cal y de arena
El gran perdedor
El gran perdedor del proceso electoral recién concluido es la figura emblemática del Partido Acción Ciudadana, Ottón Solís. Su respaldo electoral se vino al suelo en alrededor del 15% respecto a la votación que le favoreció en 2006. Si “por una cabeza” no derrotó al candidato Oscar Arias, hoy doña Laura Chinchilla le saca una ventaja de casi 400 mil votos. Su partido pierde cinco o seis diputaciones y por las versiones que trascienden el resultado en cuanto a municipalidades es para llorar. Si bien el PAC mantuvo el segundo lugar, lo hace en impensables y deprimentes circunstancias que yo jamás imaginé. ¿Cómo fue que entró en caída de barrena aquel partido que llegó a tocar con la yema de los dedos la victoria? ¿Cómo fue que Ottón desdeñó el simbolismo de una convención del antiliberalismo que se sabía, de antemano, que él ganaría a cualquier rival?
Si Roosevelt y Churchill disimularon a Stalin sus crímenes y pactaron una alianza indispensable para afrontar a Hitler; si lo propio hicieron en 1947 Ulate, Figueres y Castro Cervantes; si en 1965 Rafael A. Calderón y Otilio Ulate apartaron sus profundas diferencias y promovieron la candidatura del Prof. Trejos; ¿cómo fue que en 2009 Ottón Solís no renunció a vanidades, mitos y superioridades a favor de una convención de la que emergería la alianza política capaz de sacar del poder a la derecha? Ahí está el punto de inflexión en la vida del PAC y de Solís. ¿Culpables? ¿El, su círculo inmediato donde suelen ubicarse los palaciegos y los valedores, incondicionales y tozudos?
Luego vinieron, en distinta secuencia, las inconsistencias en el manejo de los temas propios del TLC que culminaron con la postulación para importantes candidaturas de gente que avalaba lo que no el partido; el ablandamiento ante una campaña mediática dirigida a descalificarlo si no transigía; la convención interna convertida en un disparate político propio de una comedia teatral; la designación de las candidaturas a diputado bajo reglas excluyentes de la calidad y la experiencia, favorecedoras de la improvisación y de la antipolítica. Por distintas razones quedaron fuera de las papeletas elementos de prestigio, con puyón político y capacidad centrípeta. La sinrazón llegó con los designados a las vicepresidencias. Y el despelote con los contenidos y formas de la campaña (la renuncia al uso pleno de la financiación estatal).
¿No había en el entorno de Solís gente de criterio independiente y aptitud crítica que advirtiera errores y decisiones antipolíticas? De Ottón se dice que es imperioso y terco. Nada nuevo. Eso se contrasta con democracia interna. Si no la hay, viene el desastre. Que se profundiza con la sequía de contribuciones económicas y con una mutación del mecanismo de financiamiento de campañas en herramienta para el agiotaje que el sacrosanto Tribunal Electoral alcahueteó.
A pocos días de las elecciones se concertó una alianza. Resultó pequeña y llegó tarde, cuando ya el egocentrismo había permitido que la estrategia del rival cumpliera su misión fundamental: divide y vencerás.
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