El amor por la lectura y por la lengua
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 21 mayo, 2012
Todo aquel que quiera escribir poesía, cuento, novela, teatro, guion de televisión o de cine está obligado a leer ficción todos los días
El amor por la lectura y por la lengua
Entre tantos problemas que tiene nuestro país, lo poco que leen nuestros ciudadanos es cosa seria. Y no voy a decir que es un problema generacional, porque hay demasiados adultos que no leen ni el periódico. Como mis padres me enseñaron que estar informado de lo que pasa en nuestro país y en el mundo es tan importante como lavarse los dientes, y que tener mala ortografía es tan desagradable como tener mal aliento, me la paso leyendo cualquier cosa.
Estando en los primeros años lectivos en el Liceo Francés de Bogotá, mis papás notaron mi mala ortografía y me impusieron una profesora fuera del horario lectivo que era bastante mayor que mis padres y sumamente estricta. No diré que disfruté esas horas pero las agradezco.
Luego la lectura incidió en la mejora de mi escritura de una forma lúdica. En mi casa materno/paterna los libros abundaban. Y muy rápido me sumergí en ellos gracias a la orientación que me dio don Leopoldo. “Es cosa de reírse”, de William Saroyan, fue la primera novela para “adultos” que me dio mi papá. Luego me introdujo en la literatura de Sartre, Camus y Simone de Beauvoir, que pertenecían más a su generación que a la mía. Seguro que entendí menos que más. La lectura se convirtió en un vicio, un placer, una necesidad.
Cuando mi padre murió, pocos meses atrás, tuve que deshacer su casa y lo más difícil de todo fue desarmar su biblioteca. Aunque conservé todo lo que cabía en mi casa, tuve que regalar más libros de los que hubiera querido. Traté de repartirlos concienzudamente y espero que hayan caído en buenas manos.
Antes de recibir esta herencia, mi biblioteca se dividía básicamente en cuatro partes: la primera más grande, las novelas; la segunda, los textos teatrales; la tercera casi igual en cantidad de ejemplares, la teoría teatral; luego un montón de pequeños grupos de diversos temas entre los que destacaban los de estudio de la lengua.
Ahora además de tener una mayor variedad temática, la sección que más se amplió fue esa, la de la lengua: diccionarios (desde el de la Real Academia Española hasta uno de costarriqueñismos pasando por el glorioso Panhispánico de Dudas y acompañados por los bilingües de las pocas lenguas que balbuceo); libros de estilo de los periódicos más importantes del mundo hispánico y manuales de ortografía y sintaxis. Los consulto a diario no solo para aclarar cualquier duda que surja mientras leo o escribo sino porque me divierte. Así es, la gramática es para mí tan entretenida como realizar juegos matemáticos.
Comprendo que a algunas personas no les interese leer. Pero todo aquel que quiera escribir poesía, cuento, novela, teatro, guion de televisión o de cine está obligado a leer ficción todos los días. Cumplo con ese principio.
Desde el escritorio en el que escribo (que era de mi padre) me veo rodeada de todos los libros que heredé, ansiosa por tener el suficiente tiempo para poder disfrutarlos.
Claudia Barrionuevo
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