El amor, fuerza que mueve al mundo
María Luisa Avila [email protected] | Jueves 13 febrero, 2014
El amor mueve al mundo y empuja a la humanidad, para disfrutar de sus mieles, debemos amarnos a nosotros mismos, sin esa condición seremos incapaces de amar a otros o de recibir amor
Tricotomía
El amor, fuerza que mueve al mundo
“… La mejor forma de vencer la tentación es caer en ella”, decía Wilde. Yo he caído en la tentación de escribir sobre el amor, a pesar de que muchos y muchas lo han hecho antes, desde cualquier género de la literatura e incluso desde la ciencia.
El amor parece ser el fin último de nuestra existencia, y quizá sí es la fuerza que mueve al mundo. Casi siempre enfocamos este sentimiento en el amor erótico o romántico, el que mueve hormonas y es causa de grandes placeres y profundos sufrimientos.
Los científicos han demostrado que durante las etapas del enamoramiento se liberan sustancias neurotransmisoras muy similares a las liberadas en personas con enfermedades psiquiátricas mayores, por lo que la frase “loco de amor” no es tan descabellada.
En fases más avanzadas de la relación de pareja se liberan otras sustancias que se asocian con el apego, parecidas a las liberadas por la madre y sus niños lactantes, lo que hace que “el amor perdure”.
El “amor patológico” el que conduce a la agresión y a la violencia es el extremo de esa “locura” mal llamada amor. La cual con mucha frecuencia se valida en telenovelas, poemas y canciones: “Porque amores que matan nunca mueren”, canta Sabina, al unísono con un coro de seguidores.
Algunos filósofos —con justa razón— han contribuido a nuestro concepto del amor: la frustración de Spinoza —no deseamos una cosa porque la consideramos buena, la consideramos buena porque la deseamos— o la pasión de Abelardo y Eloísa —el amor imposible de los amantes medievales, unidos siglos después en una tumba común—. La extraordinaria importancia que le da Hannah Arendt en su reflexión filosófica: “Siempre renovado el amor dará”.
El amor mueve al mundo y empuja a la humanidad, para disfrutar de sus mieles, debemos amarnos a nosotros mismos, sin esa condición seremos incapaces de amar a otros o de recibir amor.
Hay otras variantes del amor, que han permitido grandes proezas en beneficio de la humanidad, grandes hombres y mujeres que han consagrado su vida a la búsqueda de la cura a las enfermedades, o misioneros trabajando en pro de los que menos tienen y más necesitan. Hechos de valor sin límites donde se arriesga la vida propia por la del prójimo.
Seamos capaces de preguntarnos: ¿Cómo amamos?, como estoicos con moderación y paciencia, con el entusiasmo de los vitalistas, o con el pesimismo propio de los nihilistas.
Al final lo importante es que amemos, con intensidad y que al hacerlo nos produzca alegría y felicidad. Para así poder decir como Amado Nervo: “Amé y fui amado, el sol acarició mi faz. Vida, nada me debes, vida, estamos en paz”.
María Luisa Ávila
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