El terrorismo como política
Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 08 septiembre, 2017
El terrorismo como política
Les debemos a los sofistas, los ideólogos del nacimiento histórico de la democracia tal como la entiende la civilización occidental, el haber reivindicado la palabra, o más exactamente, el discurso o lenguaje oral público, como arma por excelencia para hacer política. El convencer a la mayoría de ciudadanos mediante argumentos racionales en procura del logro de ideales que buscan un futuro mejor, eso es la política en el mejor sentido de la palabra. Es esta la razón de ser de la praxis política que en los tiempos actuales se ha perdido, como preocupante expresión de una sociedad decadente que sólo busca el lucro y que sólo valora la ganancia inmediata como fin en sí mismo.
La pseudocultura del actual capitalismo imperial globalizado acusa un creciente proceso de descomposición, que nos recuerda cómo estaba el Imperio Romano en sus últimas décadas (s. V). El mundo entero da la impresión de haber optado por el suicidio colectivo como meta última de la historia. En mayor o menor medida, no parece que haya rincón de la tierra que sea enteramente inmune ante esta apocalíptica vorágine de violencia y muerte. Dentro de este angustiante contexto, el fin del poder político no es otro que el exterminio físico del rival y no su derrota mediante el convencimiento o la persuasión. El derecho internacional y, en general, el Estado de derecho, se ve convertido en un formalismo sin contenido real, que tan sólo es invocado cuando sirve de pretexto para facilitar la obtención de sus vergonzantes objetivos de dominación y explotación.
Nunca la humanidad ha estado tan sometida al temor de las amenazas de sus mediocres “dirigentes”. El terror como atmósfera que se respira cotidianamente es asumido como arma o argumento político permanente. Hoy el terror se ha convertido en ideología. La amenaza de perpetrar masacres y genocidios sin precedentes en la historia hace que se recurra a “argumentos” de una irracionalidad surrealista, como cuando Henry Kissinger, el todopoderoso canciller de Nixon, afirma con desparpajo que un 20% (unos 1.500 millones) de seres humanos está de sobra… Ante este cinismo, Hitler nos parece un niño de pecho.
Todo lo anterior sólo se explica si tomamos en cuenta que la matriz ideológica de esas posiciones políticas se inspira en el más irracional fundamentalismo, que abarca todas las dimensiones del pensamiento y la praxis humanas. Así se da un fundamentalismo religioso, sea cristiano predominante en el Sur de los Estados Unidos, sea musulmán en organizaciones terroristas como el Estado Islámico; pero igualmente se da el fundamentalismo ultranacionalista en que se inspira la xenofobia, que justifica los campos de concentración en que se tiene hacinados a los inmigrantes que, provenientes del Sur, no han naufragado en aguas del Mediterráneo en Europa, o han logrado llegar hasta la frontera entre México y los Estados Unidos.
Los fundamentalismos, de cualquier raíz ideológica de donde provengan, sólo sirven de excusa para masacrar familias hambrientas y hacer del genocidio el arma política por excelencia. Lo hemos visto en la bella Rambla de Barcelona por parte de los extremistas islámicos; pero igualmente y con un odio no menor en Charlottesville en el sureño estado de Virginia en los Estados Unidos, donde el racismo de siglos pasados y el nazismo de tiempos más recientes siguen vigentes, con una virulencia de la que hacen ostentación grupos terroristas que hoy se sienten aupados nada menos que por el esperpéntico inquilino de la Casa Blanca, al que recuerdan con prepotencia que ellos constituyen su base social de apoyo. Y para colmo de males, los líderes políticos de Corea del Norte y Estados Unidos se insultan y amenazan como si fueran dos ebrios en una cantina de arrabal. Lo más grave de este abominable espectáculo es que no se amenazan con puñales, sino haciendo ostentación irresponsable de un arsenal nuclear capaz de poner en vilo la paz mundial.
Por todas estas razones, el terrorismo —civil y de estado— debe ser visto como la amenaza mayor a la paz mundial y a la supervivencia de la especie humana. Hacer de la búsqueda de la paz el objetivo prioritario de la política mundial es la tarea de todos los hombres y mujeres mínimamente conscientes, donde quiera que vivan y cualesquiera que sean sus creencias. Muchas medidas pueden tomarse pronto para lograrlo. Lo primero es tomar conciencia de la gravedad de la situación.
Crear movimientos masivos en todos los rincones del mundo en pro de la paz y en procura de la solución de conflictos mediante métodos políticos. Analizar con honestidad las causas económicas, culturales e históricas de los conflictos. Fortalecer a Naciones Unida como espacio institucional en que dialoguen las partes contendientes. Líderes religiosos, intelectuales, artísticos y políticos del mundo entero deben levantar su voz y ejercer su autoridad y liderazgo poniéndolos desinteresadamente al servicio de la más importante y urgente de las causas: LA PAZ.
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