El ser humano como arquitecto de su propio destino
Natalia Díaz [email protected] | Jueves 23 julio, 2020
Con su habitual lucidez, un renombrado pensador español, José Ortega y Gasset, nos ilustró que una época es un período de clarividencias y torpezas, además de un decidir querer algunas cosas, y esa misma decisión para no querer otras.
Estamos quizás en el tiempo para volver realidad esa verdad enunciada. Así, deseamos decididamente volver a que se sitúe en su verdadera dimensión a la persona, a su intrínseca dignidad, y a su libertad, que son consustanciales a su condición desde el nacimiento mismo.
Al tomarla como punto de partida para las acciones, y ver en ella nuestra propia imagen, nos sentiremos inclinados a acercarnos, a procurar su bien, a escuchar sus preocupaciones, y a hacernos partícipes de un nuevo destino común. Saber escuchar, más que hablar, sentir sus necesidades, recordarles su valor, generar en conjunto las condiciones aptas para el uso de su libertad y su iniciativa personal.
Entre las que decididamente no queremos más, en el atinado concepto de época del gran pensador, es que se vea más a las personas como datos de una fría estadística, ni integrantes de un padrón electoral, ni menos que se le niegue el derecho a una buena administración, porque no es un asunto de sectores público y privado. Todos estamos llamados a cooperar.
No queremos limitarnos a comprender su desazón ante cada promesa incumplida, ante cada posposición reiterada de sus necesidades. Debemos cumplir y permitir, mediante las prácticas modernas de gobierno abierto, su participación en la toma de decisiones, sin necesidad de agruparse en organizaciones. Hacerles ver que por ellas mismas, puedan valorar cualquier política pública, pues al fin y al cabo, todos somos actores y destinatarios.
Incumplir promesas es una forma de mentir, y decididamente no queremos que tal práctica nefasta continúe. Las personas merecen y es nuestra obligación hablar con la verdad. Por no palpar sus necesidades, interiorizarlas y hacerlas parte de nosotros, el concepto de solidaridad luce hoy vacío de contenido. Debemos ser cercanos y generosos porque quien ama a su prójimo, no le miente, no lo instrumentaliza, no le roba ni sus bienes ni su honra.
No depende de un líder, ni de un partido, ni de una asociación, porque esas son formas de estructurar la realidad: depende de todos y de nuestra decisión.
El dilema no es ideológico, es más de respeto, de libertad, de cercanía, de colaboración, de involucrar a las personas en la forja de su destino, y que éste, no sea el monopolio de una élite gobernante. Históricamente, ha sido producto del cansino debate de izquierdas extremas o derechas de la misma naturaleza, y en la praxis política ha salido gananciosa muchas veces la élite gobernante y sus allegados. Comprendamos que este pseudo modelo se agotó.
En estas horas aciagas para la humanidad, nos corresponde abrir caminos de esperanza y poner la mirada en lo alto. Aún en las tinieblas, habrá un faro de esperanza.
A acercarse el 25 de julio, fecha significativa para nuestro país, deseo cerrar con la parte final de unos versos de mi tío abuelo el poeta guanacasteco Fito Salazar, que nos llaman al optimismo:
“No se aflija compañero
ya despunta sobre el monte,
Desbordando los laurales con sus rayos de ventura,
Un sol nuevo, de verano, que ha inundado el horizonte …”
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