El poder
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 06 abril, 2009
Claudia Barrionuevo
Desde los antiguos filósofos griegos hasta los más modernos ideólogos, pasando por los expertos en sicología, el concepto de poder ha sido estudiado y desmenuzado hasta más no poder.
Poder es una palabra que viene del latín, “posse” que significa “aquello que un cuerpo y una mente pueden realizar”. Según la definición de la Real Academia Española (RAE) poder es verbo y sustantivo. Uno puede tener el poder para mejorar la vida de los demás y ejercerlo. O no ejercerlo, si no le importa el bienestar de los otros.
En los cómics abundan los personajes con poderes sobrehumanos. Los buenos los ejercen para hacer el bien y los malhechores para lo contrario.
Vivimos en un estado organizado según los tres poderes clásicos descritos por Montesquieu: judicial, legislativo y ejecutivo. Aunque el primero muchas veces no puede ejercer su poder por falta de leyes más claras, el segundo no puede aclarar las leyes por falta de quórum —o porque los legisladores no pueden ponerse de acuerdo— y el tercero… no alcanzaría la columna para definir por qué no pueden poder. O por qué quieren el poder pero no quieren poder.
En los años previos a la Revolución Francesa se designó a la prensa como el cuarto poder por su capacidad para imponer su opinión aunque no fuera verdad lo que afirmaba. ¡Y aún no existían la radio, la televisión, ni Internet! Los medios de comunicación tienen un poder ilimitado y a menudo peligroso.
Como peligroso fue el poder que los militares ejercieron en Latinoamérica en el siglo pasado. ¿O no han dejado de tenerlo? Los militares de todo el mundo tienden a imponer el poder de las armas sobre el de las ideas.
Hay gobernantes que necesitan imponer su voluntad valiéndose del poder que les da su investidura, sin importarles la opinión de la mayoría. Ahora y siempre. Aquí y en cualquier parte.
A los que no desean el poder per se les cuesta entender por qué hay quienes sacrifican una buena vida económica, profesional y familiar solo por ejercer un poder mal pagado. Tal es el caso de muchos ministros que han sacrificado mejores salarios, más tiempo libre y hasta su vida familiar para tener un poder bastante relativo. Se exponen a las críticas y se autojustifican bajo la premisa de que tienen una “vocación de servicio”.
El poder es una droga más poderosa que el cigarrillo —por no mencionar otras más ilegales aunque igual de adictivas—. Uno lo deja por un tiempo y en verdad se siente mejor. Pero vuelve a caer en la tentación y se deja llevar por la vorágine del vicio aunque comprenda racionalmente que se trata de una adicción asquerosa.
El poder puede tener relación directa con el deseo de dominación del que no lo tiene. Los hombres acosadores —aunque por los vericuetos de las leyes muchas veces sean legitimados— ejercen su poder sobre las mujeres que —a menudo— no tienen el poder para detenerlos.
Hay poderes cuasi mágicos y —en todo caso— maravillosos para mí. Como el poder de los doctores —en medicina, que conste—. Ellos tienen el poder de curar o al menos intentarlo con todas sus fuerzas cuando tienen vocación.
Y están esos podercillos de morondanga que los mediocres ejercen sobre otros solo para demostrar que pueden. Aunque —en realidad— no pueden.
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