El mejor premio
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 21 julio, 2008
Claudia Barrionuevo
Soy articulista del periódico LA REPUBLICA desde 2004, cuando Kaki Herrera —que lamentablemente ya no está entre nosotros— me invitó a ser colaboradora. He ido aprendiendo este oficio, escribiendo y leyendo y he llegado a escribir 187 columnas de opinión. Me gusta. Es un reto semanal que me permite hacer catarsis.
Soy guionista de televisión desde 1999. No llevo la cuenta de cuántos guiones he escrito. He aprendido el oficio, escribiendo y escuchando las críticas del equipo de producción. Una vez al mes —a veces más seguido— debo escribir un guion para la serie “La Pensión”.
Pero primero y antes que nada quiero ser dramaturga. Para este oficio que he aprendido leyendo, escribiendo y escuchando críticas no hay jefe de redacción reclamando el artículo el viernes, no existe productora que exija guion el martes, no hay disciplina más que la propia. Nadie me exige que escriba, nadie me paga para que lo haga, nadie me da un espacio para que presente el resultado.
“Escribir es un ocio muy trabajoso”, escribió Goethe. Y tenía razón.
Hace un mes y medio terminé de escribir mi último texto teatral: “Atrapados en un febrero bisiesto”. Cuatro personajes —Angel de 30 años, Lola de 16, Soledad de 48 y Prudencia de 67— por sus circunstancias personales se ven atrapados en el apartamento de Soledad durante un febrero bisiesto. Durante la obra —que consta de 11 escenas— los espectadores se enterarán de las razones que han obligado a estos personajes a convivir durante un mes en un pequeño apartamento urbano.
Viciosa más que asidua a los juegos matemáticos (soy una experta en kakuros, sudokus, Master Mind y Spider) me divertí jugando con la posibilidad de combinaciones entre cuatro elementos y así estructuré el texto teatral.
“Atrapados en un febrero bisiesto” ganó el Concurso de dramaturgia inédita para teatro de cámara del Teatro Nacional.
Hace cuatro años, en mi décimo artículo para este periódico, decía que uno no debe alegrarse mucho cuando obtiene un premio, ni lamentarse demasiado cuando no se lo dan. Sigo pensando que no hay premios: hay jurados. Jurados a los que les puede gustar o no lo que uno hace.
Hoy puedo disfrutar este reconocimiento por varias razones. Primero porque el texto se defendió con el seudónimo de Sombra —mi gata favorita— sin que se supiera que el texto era mío. Segundo porque respeto al jurado que me lo concedió. Y tercero —y más importante que cualquier otra consideración— el premio consiste en montar mi obra en mi sala favorita —la Vargas Calvo—. Su ubicación geográfica, sus dimensiones y el equipo de trabajo que la conforman son ideales para mi estilo de escritura y dirección.
Dirigir un texto teatral que escribí con ese preciso objetivo le da oxígeno a mi vida y me permite —nuevamente— comunicarme con un montón de gente que sé que se sentirá identificada con una sensación muy humana: la de sentirse atrapado por las circunstancias de la vida.
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