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El juego del poder

Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 07 abril, 2008


El juego del poder

Claudia Barrionuevo

Todo juego tiene sus reglas y hay que conocerlas bien para poder ganar. Incluso para hacer trampa.
La política no es un juego de niños y las reglas son múltiples y complejas. No cualquiera tiene el estómago y la cara para dedicarse a ese difícil oficio.
Como en el póquer, la prudencia, la frialdad y la capacidad de ocultar información (o maquillarla) son características importantes a la hora de jugar.
El licenciado Fernando Berrocal parece ser un hombre sincero, emocional y posiblemente imprudente. Aunque durante su vida ha estado más de una vez en la función pública, da la impresión de no conocer las reglas del juego. O las conoce, pero su integridad moral le juega en contra.
Seguramente don Fernando sabía —o creía saber— la difícil tarea que se le había asignado: asumir la cartera de Seguridad en el momento más crítico de la inseguridad ciudadana y con medio país en contra del Tratado de Libre Comercio. Los defensores del TLC —el gobierno a la cabeza— temían un caos social que nunca se dio.
Eso sí: da la impresión de que el licenciado Berrocal no sabía la clase de caja de Pandora con la que se iba a encontrar.
A solo un mes de iniciada su gestión, el ahora ex ministro, ventiló varias irregularidades que se estaban dando desde hacía años en el Ministerio de Seguridad, sin que nadie anteriormente las hubiera denunciado.
De las pocas plazas de policía, 700 estaban asignadas a personas que ejercían otros oficios, en un momento que era indispensable contar al menos con 4 mil efectivos más para poder enfrentar el problema de la delincuencia.
Cuarenta y seis patrullas rumanas que habían sido adquiridas por la administración anterior estaban abandonadas en un plantel de dicha institución desde 2005 pues nunca habían funcionado.
La desaparición y pronta recuperación de 25 armas en Guácimo evidenciaron que la última revisión física de los bienes del Ministerio se había realizado en 1998.
Una delegación policial en Juan Viñas no había sido construida y se desconocía el destino de su presupuesto de ¢12 millones.
Todo esto lo descubrió don Fernando con solo asumir sus funciones. Después la cosa se le fue poniendo más difícil. Como bien lo expresa él mismo, durante estos dos años se incautó toneladas de cocaína, no “kilitos”. Y esto —por supuesto— puso su vida en peligro: unos sicarios colombianos habrían sido enviados para asesinarlo.
Ahora el señor Berrocal —basado en varios documentos que entregó al Presidente de la República— ha descubierto aparentes vínculos entre el narcotráfico y la política. Esto no debe sorprendernos.
Luego de la muerte de ese personaje alucinante que fue Pablo Escobar, el tráfico de cocaína de sur a norte ni disminuyó, ni se detuvo. Simplemente el negocio pasó a otras manos. El mercado norteamericano —primer consumidor de esa droga— no se ha visto desabastecido. Para que eso sea posible no basta con choferes de tráileres, capitanes de lanchas ultrarrápidas o pilotos de aviones experimentados: es indispensable que haya un montón de autoridades involucradas que lo permitan.
Desde hace meses se rumoraba que el Ministro de Seguridad permanecería en su puesto solo hasta el 1° de mayo. Sus declaraciones adelantaron su salida. Lo que descubrió no permanecerá oculto por mucho tiempo.
Como bien dijo don Fernando: “Que Dios nos coja confesados”

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