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El Estado como la Empresa Más Importante: Un Paralelismo con las Empresas Tipo B

Natiuska Traña [email protected] | Lunes 26 agosto, 2024


Imaginen que todos los ciudadanos de un país son los accionistas de la empresa más importante del mundo. Esta empresa no solo provee servicios esenciales como salud, educación, seguridad y justicia, sino que también tiene la responsabilidad de garantizar el bienestar, la equidad y el desarrollo sostenible de toda su población.

En este escenario, el Estado es la empresa más significativa, la encargada de cuidar nuestros intereses colectivos y asegurarse de que las personas que ocupan sus puestos clave sean las más idóneas para hacerlo. No obstante, a menudo nos damos cuenta de que los líderes y funcionarios que elegimos para manejar esta "empresa" no siempre cumplen con los perfiles deseados. ¿Cómo llegamos a este punto, y qué podemos aprender para mejorar?

En el 2006, surgió el movimiento de las Empresas B, o "B Corps" (Certified B Corporations en inglés), en Estados Unidos, fundado por Jay Coen Gilbert, Bart Houlahan, y Andrew Kassoy. Estos tres emprendedores, inspirados por la idea de que las empresas pueden ser una fuerza para el bien, querían crear un nuevo tipo de empresa que no solo se enfocara en generar ganancias, sino que también tuviera un impacto positivo en la sociedad y el medio ambiente. Así, nació B Lab, una organización sin fines de lucro que se encargaría de establecer y verificar los estándares para la certificación de Empresas B.

Desde su creación, el movimiento ha crecido exponencialmente, extendiéndose por todo el mundo. Hoy en día, existen miles de Empresas B certificadas en más de 70 países y en diversas industrias, todas compartiendo un compromiso común: redefinir el éxito empresarial para incluir no solo el beneficio económico, sino también el bienestar de las personas y el planeta.

Las empresas tipo B son organizaciones que, además de buscar ganancias, tienen un compromiso explícito con el bienestar social y ambiental. Estos principios buscan garantizar que la empresa no solo prospere económicamente, sino que también contribuya positivamente a la sociedad. En este sentido, el Estado debería ser la empresa tipo B por excelencia: una entidad que, además de gestionar los recursos de manera eficiente, tiene como objetivo el bienestar de todos sus ciudadanos.

Una de las características clave de las empresas tipo B es que buscan asegurarse de que las personas que ocupan posiciones de liderazgo no solo tengan el conocimiento técnico necesario, sino también un perfil psicológico alineado con los valores y la misión de la empresa. Esta combinación de competencias técnicas y habilidades personales es fundamental para garantizar que las decisiones se tomen de manera ética, justa y en beneficio de todos los interesados.

Lamentablemente, en muchos casos, nuestros sistemas políticos no aplican este enfoque. A menudo, las personas llegan a ocupar posiciones de poder no por su idoneidad, sino debido a favores políticos, conexiones personales, lealtades partidarias o porque “cae bien”. Esta práctica de asignar puestos "a dedo" resulta en la designación de personas que carecen tanto del conocimiento técnico como del perfil psicológico adecuado para liderar en áreas críticas. Y es así como nos encontramos con Estados que, en lugar de funcionar como la empresa más importante y eficiente, se convierte en una entidad descoordinada, donde las decisiones a menudo se toman en detrimento del bienestar común.

Lo anterior, hace claramente necesario que nos hagamos la siguiente pregunta: ¿Por qué no aplicar este mismo criterio a nuestros líderes políticos?

Propuesta: Perfiles para Cargos Públicos

Hagamos otro ejercicio imaginativo, y pensamos por un momento que el proceso para ocupar un puesto político fuera similar al de obtener un empleo en una empresa de primer nivel. ¿Qué cambios tendríamos que hacer?

1. Desarrollo de Perfiles de Puesto: Cada puesto público debería tener un perfil claro que detalle las competencias técnicas necesarias, así como las habilidades y características psicológicas requeridas. Un Ministro de Salud, por ejemplo, no solo debería ser un experto en medicina y salud, sino también alguien con la capacidad emocional para manejar crisis y tomar decisiones bajo presión.

2. Evaluación Técnica: Los candidatos deberían someterse a pruebas que certifiquen su conocimiento en la materia. No se trata solo de tener un título, sino de demostrar competencia en el campo específico.

3. Evaluación Psicológica: Deberían realizarse evaluaciones psicológicas para asegurar que los candidatos tienen la estabilidad emocional, la empatía y las habilidades interpersonales necesarias para el puesto.

4. Transparencia y Meritocracia: El proceso de selección debería ser transparente, basado en méritos y no en conexiones o lealtades políticas. De esta manera, se aseguraría que las personas más capacitadas son las que lideran.

El Ciudadano: Nuestra Responsabilidad

Como ciudadanos, somos los accionistas de este gran "Estado-empresa". Cada vez que votamos, estamos eligiendo a los líderes que dirigirán esta empresa en nuestro nombre. ¿No deberíamos entonces exigir que aquellos que se postulan cumplan con los mismos criterios de idoneidad que esperaríamos de los líderes de cualquier empresa que aspire a ser exitosa y sostenible?

Es momento de darnos cuenta de que, al igual que cualquier empresa, el Estado no puede prosperar si no cuenta con las personas adecuadas en los puestos clave. No podemos seguir aceptando que los puestos sean asignados por favores, ni permitir que personas sin las capacidades necesarias tomen decisiones que afectan nuestras vidas.

Si queremos que el Estado, la empresa más importante de todas, sea exitoso y realmente cuide de nuestros intereses, debemos exigir que los líderes sean seleccionados con el mismo rigor que cualquier empleado en una empresa de excelencia. La implementación de perfiles técnicos y psicológicos para los cargos públicos no es solo una propuesta lógica, sino una necesidad urgente para asegurar que nuestras sociedades estén dirigidas por personas verdaderamente capacitadas y comprometidas con el bienestar común.

Nosotros, como parte de este gran proyecto llamado Estado, tenemos la responsabilidad de asegurarnos de que cada voto que emitimos contribuya a la construcción de un futuro donde la idoneidad, la ética y el compromiso social sean los pilares de nuestra sociedad. Es tiempo de liderar con el ejemplo y construir un Estado que realmente funcione como la empresa que todos necesitamos.

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