El escritor desconocido
Abraham Stern [email protected] | Viernes 06 diciembre, 2019
No suelo escribir artículos sobre vivencias personales; hay cierto ámbito de la privacidad que nunca debe compartirse. No obstante, cuando las experiencias propias logran convertirse en una lección de vida que puede impactar positivamente a los demás, surge de inmediato la obligación de compartirlas.
Para los que aún no me conocen, soy abogado de profesión y escritor por vocación. Escribo desde que tengo memoria y soy uno de esos locos soñadores que se atrevió a escribir esperando complacer a un público que, sin justificación alguna, se anime, eventualmente, a comprar alguna de mis obras.
Recientemente, publiqué mi segunda obra titulada “No temeré mal alguno”. La novela de suspenso-criminal fue publicada por La Editorial Círculo Rojo en España y dentro de las diversas etapas que conllevan el mercadeo del libro, fui invitado a viajar a Madrid para hacer la presentación oficial de la novela. Un libro de 358 páginas, 70.000 palabras y más de dos años de trabajo constante en su preparación. Consideren que trabajo un promedio de diez a doce horas diarias como abogado y que solo me quedan las madrugadas, las noches y alguno que otro fin de semana para plasmar sobre el papel mis ideales literarios.
Como era lógico de suponer, llegué a Madrid con el ego de un campeón mundial. «Un tico presentando su libro en España ―pensé durante las casi diez horas de vuelo». Poco me faltó para sentirme como el “Keylor Navas” de la literatura nacional. En mi imaginación agrandada, estábamos los dos (Keylor y yo, por supuesto), uno junto al otro, codeándonos entre los más grandes baluartes de la patria. Bajé del avión con el pecho erguido, listo para reclamar mi espacio en el estrellato y seguro de que ya había conquistado al mundo entero.
El 16 de octubre llegó la noche que tanto soñé. Todo estaba listo, en su lugar, en perfecto orden. La librería que me recibiría se llenaba de sillas, botellas de vino y un enorme roll-up con la portada del libro y mi nombre que relucía por encima de todas las demás letras. Mi corazón latía frenético, desorganizado, listo para esos días de gloria que durante tantos años soñé. Justo cuando el reloj marcó las 6:30 de la tarde, me senté en mi lugar, tomé el libro con los pasajes que le compartiría al mundo y fue entonces que se me derrumbó por un instante la existencia. Elevé un tanto mi mirada y como si se tratase de una broma de mal gusto, desperté de ese sueño que me tuvo por varias semanas hipnotizado. Ahí frente a mí, en la desnudez más absoluta en que puede develarse el alma de un ser humano, estaba la única persona que se había dignado a acompañarme. ¡Qué rápido se desciende del cielo a la tierra!
Nunca antes sentí esa tensión abrumadora en todos los músculos de mi cuerpo, ni las tripas que se arrinconaban temerosas a uno de mis costados. Por un instante estuve tentado a cancelar la gala, pero la miré a los ojos y vi en ella un hálito de esperanza. Tragué en seco y le pregunté:
―¿Cómo te llamas?
―Soledad ―me contestó, con su dulce voz―, pero todos me llaman Sole…
«Ironía o casualidad ―pensé, aún paralizado».
Entonces, ocurrió lo impensable. En uno de esos actos de espontaneidad milagrosa, se me iluminó la conciencia y le confesé:
―Hay quienes dicen que en el alma de una persona se encuentra el universo entero, y hoy, en este preciso instante, usted es mi universo.
Me sonrió agradecida.
Algunos minutos después, ingresó un segundo seguidor, luego otro y otro más. Fue así como lentamente un puñado de almas llenaron ese espacio vacío en busca de ese escritor desconocido que creyó poder alcanzar la cima antes de tiempo.
Mi encuentro con Soledad ha sido uno de los momentos más enriquecedores de toda mi existencia. Ella me hizo recordar el valor supremo de la humildad, que siempre pueden venir mejores días y sobre todo, que el único fracaso que existe en la vida es nunca hacer el intento. Hoy, ella tiene en sus manos lo mejor de mí, mi compromiso a seguir escribiendo hasta que la vida me dé la dicha y una copia de ese libro autografiado que yo llevaré por siempre en mi corazón.
Parafraseando a Ernest Hemingway: No hay nada de especial en escribir, todo lo que tienes que hacer es sentarte frente a la máquina de escribir y desangrarte (traducción libre). Por ello, le dedico este espacio a todos mis compañeros escritores, a aquellos que han pensado en escribir algo y aún no se animan y, sobre todo, a los que han fracasado haciéndolo. El triunfo verdadero no le pertenece a los infalibles; por el contrario, es una virtud exclusivamente reservada para los que aprenden a levantarse después de caer.