El centenario de Calufa
Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 30 enero, 2009
Arnoldo Mora
Para quienes sufren de alguna patología que afecta la memoria, existen tratamientos que permiten combatir o, al menos, paliar ese mal. Para los pueblos que tienden a sufrir de amnesia histórica existe el calendario.
En el calendario nacional hay en estos días una efemérides que no debemos olvidar, tanto por el puesto destacado que ocupa este personaje en las letras patrias, como por su protagonismo en los grandes acontecimientos que forjaron la Costa Rica contemporánea. Me refiero en concreto al centenario del nacimiento de CARLOS LUIS FALLAS, nacido el 29 de enero de 1909 en Alajuela.
Siento la obligación patriótica de honrar la memoria de Calufa, a quien no tuve el privilegio de conocer personalmente, pero por el cual profeso una honda admiración, tanto por su obra literaria, como por su trayectoria como dirigente popular e inclaudicable defensor de la justicia social. Considero que, después del mítico General Volio y junto a don Manuel Mora, Costa Rica no ha tenido un líder popular y agitador de masas comparable a Calufa.
Además, Fallas se ganó una admiración universal demostrando su arrojo y patriotismo poniéndose al frente de los trabajadores, improvisados como valientes soldados que, durante la Guerra Civil de 1948, lucharon hasta la muerte por preservar las conquistas sociales recién logradas en alianza con el Gobierno del Dr. Calderón Guardia y la Iglesia de Monseñor Sanabria. Valga la pena recordar también que don Pepe, en gesto de estadista visionario, respetó e, incluso, amplió esas conquistas sociales.
Admirador y discípulo de Carmen Lyra, Fallas llevó a su plena madurez la estética llamada “realismo social”. Con dicha corriente se dio origen a la narrativa costarricense gracias a la que se considera la primera novela de la historia literaria del país, como es El moto de García Monge (1900).
Por su parte, Calufa retoma el tema bananero iniciado por Carmen Lyra en un conjunto de relatos titulado Bananos y hombres (1931). En su célebre Mamita Yunai, crónicas periodísticas convertidas luego en libro por sugerencia de la propia Carmen Lyra, Fallas logra sacar a nuestra narrativa del mezquino ámbito nacional al recibir los elogios que lo inmortalizaron en las páginas del incomparable Neruda.
Desde entonces y junto con Cocorí de Joaquín Gutiérrez, Mamita Yunai es la obra literaria nacional más traducida y conocida en el mundo entero. Y por si fuera poco, la obra autobiográfica —como no pocas de las obras de nuestro autor— Marcos Ramírez es, en mi opinión, una novela paradigmática en el subgénero de Bildungsroman.
En Calufa su obra literaria y su trayectoria de vida pública y privada son indisociables; en ambas se muestra como lo que siempre fue: un patriota inclaudicable identificado con la justicia social y la democracia plena y no simplemente formal. Es por eso que, si Calufa ocupa un lugar destacado en la historia de nuestras letras, también lo ocupa en la construcción del Estado Social, que tanta solidez les ha dado al sistema democrático y a nuestra estabilidad política del último medio siglo. Recordar la huella dejada por Calufa no es solo un ejercicio de memoria histórica, también debe serlo de compromiso con los ideales por los que luchó siempre y que lo han hecho grande en nuestra historia.
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