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COLUMNISTAS


Ecos del dolor

Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 14 enero, 2009


Hablando claro
Ecos del dolor

Vilma Ibarra

La vía entre los Cartagos y Cariblanco es hoy una herida abierta en el corazón de la Patria. Viendo las terribles imágenes del paisaje desolador que hoy se observa a lo largo de lo que un día fue aquella angosta ruta de paso, en medio de una imponente naturaleza siempre verde y bañada por espectaculares cascadas, vuelvo atrás en mis recuerdos recientes. Viajé cuatro años a Cariblanco un fin de semana sí y otro también para refugiarme entre su gente y su ambiente, escapando de la selva gris y ruidosa de San José; y rápidamente aprendí a querer a su gente noble, sencilla y trabajadora envuelta en una vida apacible y relajante. Para describir la zona, los lugareños la llamaban "cielo roto" y no hacía falta ninguna explicación adicional. De camino, después de la parada obligatoria para disfrutar la caída de La Paz y San Fernando, pasaba un poquito más abajo de La Estrella, a La Campesina, a degustar la mejor sopa de carne que seguramente nunca más volveré a probar.

Pienso en todos los amigos que conocimos en aquellos días. No sé de ellos y solo espero que se hayan logrado salvar. Creo que sí porque estaban ruta abajo. Entonces vuelvo a recorrer mentalmente y con el corazón, la ruta previa y pienso en Los Cartagos, en Vara Blanca, en Cinchona y en El Angel. En todos los que no lograron sobrevivir y en muchos más que perdieron la tierra de sus amores. Sus cultivos, sus amados animales con los cuales no solo subsistían sino que compartían generosamente su leche, su natilla, sus quesos, sus moras y sus fresas. Todo se ha perdido. El dolor es inmenso. Hemos perdido congéneres. Hemos perdido un gran trozo de ilusión y esperanza.

Por eso comprendo a quienes con justificadísima indignación reclaman la exposición macabra del dolor; el irrespeto a las familias que tienen que observar a sus muertos en fotografías o vídeos desprovistos de ética y compasión sin necesidad alguna. Tienen razón. Para hacer periodismo y proporcionar hechos de interés noticioso por supuesto no hace falta explotar con morbo la muerte sorpresiva, que dejó a dos niños abrazados a una madre, o una mujer desgarrada que ha quedado mutilada al perder a sus hijos, cuando sin duda alguna hubiera preferido morir en su lugar o al menos perder sus piernas y sus brazos, antes que perder los frutos de sus entrañas.
Lo peor es que seguro eso no cambiará. Nos hemos convertido en una sociedad que acepta la explotación cotidiana de la muerte y el dolor con un irrespeto sin límites, aunque por ventura hay quienes se siguen resistiendo a eso que llaman periodismo sensacionalista o amarillista.

Coincido también en que no es suficiente que los festejos de Palmares se trasladen una semana en cumplimiento de la disposición de gobierno de respetar el Duelo Nacional. Ciertamente no estamos para fiestas y sería mucho mejor que las dejáramos a un lado por ahora. La mejor forma de acompañar a quienes sufren pena tan grande, es con un redoblado esfuerzo de trabajo. Nuestra solidaridad debe por supuesto traducirse en compartir lo que tenemos con quienes necesitan de nosotros. Pero el respeto al dolor solo puede demostrarse con tiempo de guardar. ¿O a usted se le ocurriría hacer una gran fiesta en su casa cuando el vecino al lado está apenas terminando de enterrar a un ser amado?
Aún estamos a tiempo de guardar verdadero luto.

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