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Den al Estado lo que es del Estado…

Marilyn Batista Márquez [email protected] | Jueves 24 septiembre, 2020


Sucede que en una tarde lluviosa de setiembre, dentro de un tumulto de personas en el mercado central, conformado por educadores, intelectuales, políticos, ecologistas, artistas y literatos, se encontraba un tal Jesús, el presunto loco vestido de roquero, un humanista (seguro que es de izquierda), que todos los días jode con la cantata de la igualdad.

A este joven señor de unos treinta y tres años –considerado por sus fans filósofo, poeta, pregonero y el profeta bohemio, que no le importa la condición social y económica de las personas porque no se fija en la categoría de nadie–, alguien tenía que hacerle una pregunta capciosa. Tanta humanidad tenía que ser desafiada y ridiculizada.

Con micrófono en mano, acompañado de un camarógrafo y varios metiches con celulares inteligentes listos para grabar la respuesta, el periodista conocido como “La Cobra”, entra rápido zigzagueando al lugar, tumba con su codo la suculenta olla de carne a punto de ser consumida por el diputado sentado a la izquierda, y sin pedir disculpas al comensal, extiende su mano con el aparato receptor atravesando la mesa para llegar cerca del chancletudo.

¡Hey, Jesús! –grita con voz estridente La Cobra. El filósofo no responde debido al ruido de decenas de personas hablando, en comparsa con el ruido de las cucharas azotando los platos repletos de diferentes manjares criollos.

Oye, Chú, Chuuuú, Jesús, don Jesús –insiste La Cobra. Jesús mueve la cara 45 grados hacia la derecha y se topa con el micrófono que casi golpea sus labios. Responde con la sencilla y amable sonrisa que lo distingue, retrocediendo con cautela para evitar chocar con el chunche invasor.

–Buenas tardes –responde mirándolo fijamente a los ojos y añade–. Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios.

–Gracias por tus bendiciones y bienaventuranzas –habla sin observarlo, mientras sacude con la mano libre unos trocitos de papa y tiquizque provenientes de la olla de carne que reposaba en una de las mangas de su camisa.

–Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios –dice Chú extendiéndole la mano para saludarlo. La Cobra responde con el puño cerrado, Jesús también lo cierra y lo chocan levemente, como medida de prevención de contagio de una de las siete plagas.

–No vengo hasta acá para oír tus prédicas –responde airado–. Tengo que hacerte una sola pregunta, y aunque no eres economista, ni mucho menos especialista en impuestos, aquí va. Da dos toquecitos al micrófono para probarlo y hace señal a su compañero de encender la cámara.

–Dinos qué te parece: ¿Es justo pagar más impuestos al Estado o no?

Jesús, conociendo su malicia, le dijo: –Hipócrita, ¿por qué me tiende una trampa?

–No se trata de una trampa, es un tema de actualidad, y como usted pregona que son bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados, entonces los nuevos impuestos gravarán una manifestación de la riqueza que será distribuida en obras y servicios públicos, y revertirá lo antes posible el crecimiento de la deuda.

–Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto –solicita con humildad Jesús.

La Cobra saca del bolsillo de su pantalón tres billetes espachurrados, uno de mil colones, otro de cinco y otro de diez. Se los muestra.

Jesús le preguntó, apuntando el dedo a los billetes: –¿De quién es esta figura y esta inscripción?

–Cada billete tiene el rostro de un ex presidente de Costa Rica y la inscripción es del Banco Central, o sea, del Estado –responde La Cobra.

El filósofo poeta le dijo, mirando fijamente a la cámara: –Den al Estado lo que es del Estado, y a Dios, lo que es de Dios.

–¡Corten, corten. Para eso! –Ordena La Cobra al camarógrafo–. Aquí no venga a meter a Dios. Estamos hablando de impuestos, que entiendo perfectamente son creados por el Estado para financiar los gastos públicos del gobierno. Entonces, responda mi pregunta sin sus parábolas y metáforas. Le repito, ¿Es justo pagar más impuesto al Estado o no? –Hace un ademán al camarógrafo para reiniciar la grabación.

Jesús mantuvo su respuesta: –Den al Estado lo que es del Estado, y a Dios, lo que es de Dios.

El periodista se enfureció. Dio la media vuelta, y juró nunca más volver a entrevistar al loco. Horas más tarde, el noticiero en donde trabaja La Cobra transmitió un reportaje de 5 minutos acerca de los nuevos impuestos propuestos por el Gobierno para reactivar la economía y enfrentar el déficit fiscal.

A políticos, entre ellos y ellas, diputados, ex diputados, ex ministros de Hacienda, de Planificación Nacional y Política Económica, de Economía, Industria y Comercio, líderes de opinión pública como los presidentes de las cámaras empresariales y secretarios de sindicatos, además de trabajadores de diferentes sectores económicos como agricultores, educadores, taxistas, bomberos, ingenieros, constructores, esteticistas, pulperos, enfermeros, médicos, abogados, etc., se les hizo la misma pregunta: ¿Es justo pagar más impuestos al Estado o no? Y todos contestaron lo mismo que Jesús: Den al Estado lo que es del Estado, y a Dios, lo que es de Dios.

Sorprendido por esta respuesta colectiva surrealista y anecdótica, La Cobra, compungido, derrotado, triste y confundido decide encontrar la respuesta a la pregunta en un peregrinaje cuyo destino final es el cerro Chirripó. Cuando llega a la cima de 3.821,252 metros sobre el nivel del mar, con el cielo despejado, que le permite apreciar el Mar Caribe y el Océano Pacífico, tras unos minutos de meditación comprende la respuesta del chancletudo, y la de todos los que opinaron igual que él. Así lo escribió en un breve editorial de despedida del noticiero, diez días después de la transmisión del reportaje:

“Dios nos ha dado la vida, y con ella la capacidad de trabajar, de producir bienes y servicios, de generar riqueza, bienestar individual y colectivo. ¿Qué hay que darle a Dios a cambio de la vida? Para los cristianos como yo, se resumen en cumplir los diez mandamientos, entre ellos, no robar, lo cual tiene en forma implícita la obligación de pagar las contribuciones que prosperan y fortalecen a la nación. Entonces, paguemos impuestos al Estado, porque es un acto de responsabilidad cívica que se supone permita gobernar bien e incida en el funcionamiento correcto de la sociedad y el bienestar de todos los miembros de la comunidad. Si pagamos más impuestos es porque contamos con el ejemplo de austeridad del Estado, porque creemos en su compromiso fehaciente con la continuidad y mejora de servicios públicos al menor costo posible y porque confiamos en que estos dineros adicionales, que saldrán de nuestras ganancias, ahorros, salarios y pensiones, aumentarán la calidad de vida de todos sus ciudadanos, incluyendo la mía. Declaro públicamente que me sujeto a la obediencia de la autoridad de Dios desde mi fe religiosa, y que en paralelo, me acojo y respeto las leyes civiles en el ámbito estatal, creyendo que los políticos deben recibir su sueldo por gobernar bien. Por lo anterior, no pagaré más impuestos, hasta que el Estado me garantice el óptimo uso de los recursos económicos que le entrego y la prosperidad que todos en este país merecemos. Me declaro en rebeldía. ¡No más impuestos!”.

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