Dejar huella...
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 03 junio, 2009
Hablando Claro
Dejar huella…
Bianca y Carlos Eduardo se casaron en Río de Janeiro el sábado y tuvieron una cálida celebración con familia y amigos. Su proyecto de enlace era perfecto. Culminaba con la soñada luna de miel en París. Y el domingo por la noche abordaron el 447 de Air France.
Hoy, las mismas personas que brindaron con ellos, los lloran sin consuelo, sin explicación, con esa mezcla de impotencia, dolor y a veces hasta rabia, que embarga a los seres humanos cuando nos encontramos de frente a la pérdida inexplicable de los seres a quienes amamos.
Al otro lado del mundo, tres familias irlandesas se retuercen de dolor porque Aisling, Jane y Eithne, amigas íntimas que viajaron felices de vacaciones a Brasil, no regresaran nunca más a casa.
Las historias se suceden en OGlobo como en infinidad de medios de comunicación de Brasil, Francia y una veintena más de países cuyos nacionales viajaron en el corto y definitivo vuelo de Air France que desapareció de la faz de la tierra en un accidente que se define “como una sucesión de hechos extraordinarios” que llevaron al macabro desenlace de una de las más terribles tragedias de la historia de la navegación comercial aérea.
La vida siempre pende de un hilo. Y la muerte, ese hecho ineluctable, está ahí para recordárnoslo. No puedo terminar de imaginar el profundo dolor de las familias, los amigos y los compañeros de estudios y trabajos de los 228 seres humanos que abordaron ese vuelo con las valijas de las ilusiones, esperanzas y desafíos de sus respectivas existencias.
Cada uno de ellos tenía una historia y en el libro de sus vidas ese traslado sin duda estaba escrito como parte del trazado que hacemos en la hoja de ruta que recorremos hasta que la vida termine. Cualquier día, de cualquier manera…
Cada vez que algo así sucede, no puedo evitar pensar en cuán arrogantes somos. Cuánto y de qué manera llegamos a creer que somos los únicos que decidimos acerca de lo que hacemos o dejamos de hacer.
Por supuesto, eso no implica que no seamos artífices y responsables únicos del guion de nuestra existencia. Esa es precisamente la reflexión: que hemos de vivir cada día de la mejor manera posible ese pequeño y particular proyecto cuyo desenlace siempre estará por sorprendernos. Y conscientes siempre de nuestra efímera naturaleza, aprovechar cuanto podamos lo mejor de nosotros mismos para dar y recibir de los demás eso que se constituirá en una huella imborrable de amor. Lo único verdaderamente trascendente desde donde quiera que lo veamos.
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