Debemos pensar en la reinvención de nuestra democracia
Andrzej Baranski-Madrigal [email protected] | Viernes 30 agosto, 2019
La estabilidad política de la cual hemos gozado los costarricenses por casi ocho décadas es uno de los logros colectivos más admirables que tenemos como sociedad. El éxito de nuestra democracia no ha sido producto de la casualidad, sino que se desprende de la fuerte institucionalidad creada para garantizar la pureza e inclusividad del sufragio, así como del compromiso de actores políticos de respetar los resultados electorales y coexistir con sus detractores sin reprimir a la oposición.
Pero la legitimidad de la democracia no yace únicamente en la existencia de instituciones que garanticen elecciones libres ni en la coexistencia de fuerzas políticas diversas. De nada sirve un sistema electoral transparente e institucionalizado si el resultado final es uno de ingobernabilidad o si la ejecución de políticas públicas y promulgación de leyes no corresponde a lo que la mayoría de los ciudadanos prefiere. Un estado con finanzas enfermas, tumores institucionalizados de mala administración pública, falta de confianza en el sistema judicial, y una economía debilitada con bajas perspectivas de crecimiento son síntomas alarmantes. Pero más preocupante aún, es el impás político de los pasados cuatro ciclos electorales pues no se vislumbran en el horizonte soluciones a dichos problemas.
La presunción del pluripartidismo como solución a la incapacidad del bipartidismo en representar los diversos intereses de la población ha sido solo una añoranza: no hemos sido testigos los costarricenses de alianzas políticas duraderas y efectivas capaces de consolidar una agenda política. Ante este panorama, las mentes cortoplacistas suelen buscar refugio en líderes autoritarios con mensajes populistas de corte anti-institucional cuyo fin es deslegitimar la democracia misma. Dichas corrientes han tenido bastante impacto en países como Italia, Turquía y Estados Unidos.
Hoy nos corresponde enfrentar estas tendencias con ingenio y visión de largo plazo. Es necesario rediseñar algunos componentes de nuestra democracia con el fin de retomar la senda de la gobernabilidad. Una posible solución es cambiar nuestro sistema de gobierno y migrar hacia un sistema parlamentario. La característica principal de dichos sistemas es la cercana interacción entre la creación y ejecución de las leyes. Para gobernar, un partido requiere obtener la mayoría de los asientos del parlamento, y cuando ningún partido la alcanza, se inicia un proceso de negociación para formar un gobierno de coalición y asignar los puestos del gabinete. De esta manera, las alianzas políticas tienden a ser más estables y efectivas pues cuentan con la cantidad de votos necesarios para avanzar una agenda común.
Un sistema parlamentario debe ir acompañado de la elección directa de los miembros. Este mecanismo tiene un efecto positivo sobre la rendición de cuentas de los representantes y potencialmente sobre la calidad de los candidatos que ostenten al puesto. El sistema de listas que actualmente se utiliza para la elección de diputados debilita el vínculo entre el votante y el representante lo cual arrala los incentivos de los diputados para honrar sus compromisos y trabajar con la mayor diligencia.
Los cambios económicos y sociales que debe enfrentar el país, en especial la profunda reestructuración del estado y sus funciones, así como las futuras disyuntivas que deberemos resolver no se darán con la prontitud y efectividad que necesitamos bajo el sistema de gobierno actual. Migrar hacia un sistema parlamentario es una opción que nuestra clase política debería contemplar.
Escrito por Andrzej Baranski Madrigal
Doctor en Economía especializado en Economía Política Experimental
Profesor de Economía Profesor de Economía New York University Abu Dhabi
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