De la muerte y sus restos
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 18 febrero, 2008
Claudia Barrionuevo
Acabo de terminar una novela “atrapadora”: me la leí en tres días robándole el tiempo al trabajo y la cotidianidad. Hacía mucho tiempo que esto no me sucedía. Durante las vacaciones es fácil leer, pero el resto del tiempo apenas si me queda un par de horas antes de dormir para dedicarlos a la lectura.
“Las viudas de los jueves” de Claudia Piñeiro ganó el premio Clarín de novela el año pasado con un jurado de lujo: José Saramago, Rosa Montero y Eduardo Belgrano Rawson. La novela pertenece al nuevo género policial en el cual —además de una trama de suspenso y misterio que mantiene la tensión hasta el final (¡es sumamente entretenida!)— el relato se mueve en un marco político, social y económico —histórico al fin— que dice mucho de la Argentina de los últimos años del siglo XX.
Como disto mucho de ser crítica literaria, solo me atrevo a recomendarla como lo que soy: apenas una lectora aficionada al género de la novela y sobre todo la policial.
Cumplida mi recomendación paso a contarles uno de los detalles del relato que me llamaron poderosamente la atención. Ante la fractura expuesta de su esposo, una mujer escucha con atención la explicación que le ofrece el médico que lo va a operar: deberán colocarle unos pines para arreglar el hueso. A partir de ese momento la mujer deja de escuchar y se concentra en los clavos de metal, piensa que algún día su marido morirá, será enterrado y años después, cuando deba exhumar sus huesos se encontrará con esos restos metálicos entre el polvo. Recuerda que al morir su padre, su mamá se niega a ponerle la dentadura postiza adelantándose al terror que le dará encontrarla entre la nada. En efecto ella —luego de la muerte de su madre— se ve obligada a exhumar los restos de su papá y eso es lo que encuentra: la dentadura empolvada. A partir de allí divaga entre la cantidad de elementos no biodegradables que quedarán en los ataúdes de quienes no sean incinerados.
El tema de la muerte y sus restos es sin duda morboso y no es algo que me apasione. Seguramente por eso yo nunca había pensado en el tema de la exhumación. Pero en ese momento uno tendrá que enfrentarse a lo que queda de sus antepasados.
Sé que quienes poseen marcapasos o desfibriladores —aparatos para el buen funcionamiento del corazón que son sumamente costosos y no biodegradables— pueden donarlos a la hora de morir para que sean reutilizados por otros que los necesiten.
Hay otros elementos que quedarán: todos los objetos que —como en los ritos funerarios de tantas culturas todavía hoy en día— los familiares colocan para acompañar a sus difuntos en su paso al más allá.
Pero lo que más me sorprendió de ese capítulo de “Las viudas de los jueves” es que en medio de esas elucubraciones sobre lo que no desaparece, la mujer, Virginia, cae en cuenta de que las siliconas tampoco son biodegradables, por lo tanto allí estarán cuando todo se haya convertido en cenizas
Así que además de recomendarles —a quienes disfruten de la lectura— la novela de Claudia Piñeiro, les recomiendo a todas aquellas que se hayan puesto siliconas que autoricen y paguen desde ya la incineración de su cuerpo para evitarles un mal momento a sus descendientes. Porque bien dice la Biblia: polvo eres y en polvo te convertirás. Las siliconas, no.
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