¿Cumbre o abismo?
Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 14 julio, 2017
¿Cumbre o abismo?
Acaba de celebrarse, una vez más, la cumbre de los países llamados G-20. Se trata de la elite de los países más poderosos del mundo, tanto en lo que a poder político y mediático se refiere, como a capacidad militar y control monopolístico del comercio mundial. Ellos cuentan también con la mayor cantidad de población de la humanidad y de redes de intercambio internacional. Poseen, por ende, el poder que los capacita para dirigir los destinos de la humanidad y dirimir sus conflictos en todos los campos, especialmente en el ámbito político.
De ellos dependen en grandísima medida, la paz y la guerra, el bienestar o la pauperización del resto de la humanidad, incluida su propia población. Por todas estas razones, un encuentro de esta naturaleza, por más rutinario que aparente ser, no debe pasar desapercibido a los ojos de la opinión pública mundial. Y esta vez no lo fue en absoluto; no solo por las razones que acabo de mencionar, sino también por otros rasgos que son novedosos y que hacen que esta cumbre merezca ser analizada con mayor detenimiento.
Esta cumbre no puede pasar como ese conjunto de eventos noticiosos variados y dispersos que atiborran a diario los medios de comunicación de masas. Como contexto general hay que señalar que esa cumbre fue una insoportable pesadilla para sus organizadores, esos disciplinados alemanes, quienes trataron de disimular el evidente descontento del entorno sin poderlo ocultar; lo cual demostró hasta la saciedad hasta qué punto el malestar contra la mayoría de los dirigentes políticos actuales se ha generalizado entre la mayor parte de los sectores de la población de sus países, especialmente en este caso del anfitrión. Las protestas que acompañaron al encuentro fueron notoriamente violentas; nadie temió enfrentar a la policía. La cumbre se llevó a cabo en medio de nubes de humo, especie de neblina que trataba de ocultar sin lograrlo, el furibundo descontento de las masas.
Dichosamente esas aguerridas voces de protesta tuvieron eco en un no menos valiente líder mundial. No estaban solos; porque uno de los líderes más carismáticos y más mediáticos del mundo actual, como es el Papa Francisco, levantó su escuchada y limpia voz de protesta con acentos de bíblico profeta.
Con un gesto que nos recordaba al obispo y mártir salvadoreño, Óscar Arnulfo Romero, el Pontífice Romano se convirtió en “la voz de los que no tienen voz” o, si la tienen, no llega hasta los pasillos de la diplomacia donde las grandes potencias degustan las mieles del poder. Francisco fue la voz de los que, arriesgando sus vidas, emigran, acosados por el hambre, hacia el Norte atravesando el Mar Mediterráneo o la frontera Sur de los Estados Unidos, tocando en vano las puertas y el corazón de algunos de los gobernante allí reunidos.
Francisco clamó por la paz y el desarme. Insistió en que la justicia social debe inspirar los acuerdos comerciales y la políticas en materia económica. Pero este Papa fue más lejos aún; pues lo dicho anteriormente ha sido siempre el mensaje habitual empleado por sus predecesores. Pero Francisco que, como señalaban atinadamente algunos periodistas y comentaristas, es el primer papa no europeo desde hace 1.300 años, sembró la sospecha en torno a los acuerdos de esta cumbre; con ello los deslegitimó de alguna manera.
Con sus observaciones de acento marcadamente crítico, se situó más allá de un mensaje que recordaba los principios de la ética humanitaria pero sin salir de lo políticamente “correcto”. Por lo contrario, a Francisco no le tembló la voz al situarse en el campo abiertamente político. Dejó entender que los acuerdos de cúspide, sin tomar en cuenta el clamor de las masas, no pasan de ser componendas “peligrosas”; con lo que él mismo se sitúa en zona peligrosa, allí donde incomoda a quienes pretenden arreglar el mundo a espaldas de los pueblos.
Pero, a fuer de sinceros, hay que reconocer que no todo fue negativo ni mucho menos en esa cumbre. Además de los ya señalados, hubo gestos positivos como el encuentro entre Putin y Trump, del cual salió el acuerdo de concertar una tregua en la martirizada Siria. Ojalá este sea el primer paso de un camino conducente a una paz duradera inspirada en los principios del derecho internacional, que no solo ponga fin al baño de sangre de ese sufrido país, sino que alcance a todo el Oriente Medio, que ha sido históricamente y por razones geopolíticas, un foco de amenazas a la paz mundial. Igualmente, no es menos importante que el esperpéntico gobernante yanqui haya quedado solo, aislado en sus oscurantistas políticas en materia ecológica y de comercio internacional.
Trump se recetó a sí mismo y, con ello, a su propio país, una especie de “Usaexit”, enfrentándose prácticamente al mundo entero. Su acuerdo con la gobernante británica no es más que el abrazo de dos solitarios, como los náufragos que en pleno océano se aferran a una tabla que, lejos de ser de salvación, no pasa de ser tan solo un espejismo, un canto de sirena de quienes añoran con nostalgia esos no tan lejanos tiempos en que sus países, convertidos en imperios planetarios, hacían temblar los cimientos de la tierra entera. Esperemos que, más temprano que tarde, esos pueblos despierten y se encaminen hacia la construcción de un mundo sin imperios ni muros.
Sin embargo, debemos ir más lejos de las calles y salones de Hamburgo, donde se llevó a cabo la cumbre de los G-20, e ir a la sede de Naciones Unidas en Ginebra, donde 122 países, por iniciativa de Costa Rica, país que goza de amplio y merecido prestigio moral por haber suprimido constitucionalmente el ejército, firmaron un acuerdo con el fin de prohibir la producción y tenencia de armas nucleares. Se objeta, con sólidas razones, que dicho acuerdo no pasa de ser un gesto simbólico de una ineficacia inmediata casi nula, pues las grandes potencias, que poseen los mayores arsenales nucleares, no lo firmaron (excepto China que se abstuvo); todo lo contrario, no dudaron en levantar su voz para justificar, con mal disimulado cinismo, su posición. Por esta razón, para que sea realmente eficaz y no meramente testimonial, este esperanzador gesto debe verse como un primer paso de un largo camino.
Para ello, los países que prohijaron esta meritoria iniciativa deben lanzar una fuerte campaña a fin de sumar a más y más países, comenzando por el significativo y nada desdeñable grupo de quienes se abstuvieron. Hay que unirse y apoyar a los ciudadanos que se oponen a sus propios gobiernos que se negaron a firmar. Esas personalidades y grupos pacifistas son nuestros aliados naturales.
Hay que mantener contacto con dirigentes religiosos, intelectuales y del mundo del arte y la cultura, de periodistas y formadores de opinión, que luchan por esta noble causa. Hay que abrirse espacio en los medios de comunicación; hay que estar presentes en reuniones y actividades que buscan lograr una paz duradera entre los pueblos; hay que dar la palabra a miembros de la sociedad civil y a políticos de todos los rincones del planeta, que luchan denodadamente en pro de una paz que detenga la espiral armamentista y destinar esos inmensos recursos, ahora empleados en la fabricación de armas, a combatir la pobreza y defender a la Naturaleza. El panorama político mundial se asemeja a lo que vemos en una noche despejada en el campo: en un trasfondo de tinieblas titilan también las estrellas.
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