Cuando te roban la paz
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 15 octubre, 2008
Cuando te roban la paz
Vilma Ibarra
Conozco a J. A. desde hace nueve años. Es talentoso y gracias a sus excelentes calificaciones universitarias obtuvo una beca para hacer un posgrado en una prestigiosa casa de estudios en el extranjero. Quizás más que sus capacidades intelectuales, admiro de él su don de gentes, su enorme corazón, su lealtad a toda prueba. Es un buen hijo, buen hermano, buen amigo. Le tengo un enorme afecto.
El año pasado regresó al país y como era de esperar encontró un buen trabajo y empezó a dar forma a sus planes de adulto joven. Apenas un par de meses atrás J. se compró su primer carro; un deportivo. Y estaba muy feliz.
Pero su legítima satisfacción duró muy poco. Un par de semanas atrás cuando casi llegaba a su hogar luego de una tranquila velada en casa de su amiga M. M., J fue interceptado por una banda de delincuentes que lo amordazaron, lo tiraron en la parte trasera del auto y con una pistola en la cabeza, le advirtieron que tenía que decirles todo sobre su vida y su familia, además por supuesto de llevarlo al banco a saquear su cuenta. Nuestro amigo respondió a todo el interrogatorio e intentó sin éxito convencerlos de que no era un tipo adinerado. Pero no pudo. Después de la obligada visita al cajero automático, J. tuvo que darles la dirección de su casa para que los tipos cumplieran su plan de tomar por asalto la vivienda donde ya descansaban sus padres y hermanos.
Nunca contaron los antisociales que mientras lo llevaban al banco, M.M. se había comunicado con la familia de J. para saber por qué él no había cumplido con su habitual costumbre de llamarla al llegar a casa. Y esa llamada fue la salvación de todos. Alertados de la inexplicable ausencia de J., su madre y hermanos salieron a buscarlo por los alrededores y de pronto vieron pasar a toda velocidad el vehículo de J. Pero también se percataron de que no iba solo. Sin pensarlo dos veces iniciaron la persecución, sin pensarlo también los antisociales empezaron a disparar al auto que los seguía. Parecía una película, pero era una escena absolutamente real. Mientras eso ocurría, en el 911 hacían preguntas y a falta de una respuesta rápida, por ventura llegó un taxista y luego otros más. La historia es rica en detalles. Pero baste saber que gracias a la valentía de los hermanos de J. y el auxilio del taxista, los delincuentes “abortaron” el golpe. Dejaron a nuestro amigo abandonado y huyeron en el automotor de su cómplice. Pocos minutos después llegaron a la escena los demás taxistas y los familiares de J. para un reencuentro que nunca olvidarán.
Hablé con él 48 horas después de lo sucedido. En lo que cabe, estaba mucho más tranquilo. Aún no se explica cómo él, sus hermanos y su madre salieron del terrible trance sin un solo rasguño. Pero tiene toda la razón cuando afirma que esa noche le robaron lo más preciado: “ellos se robaron mi paz; ahora son dueños de mi tranquilidad”.
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