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¿Cuál Premio? ¿Cuál Paz?

Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 16 octubre, 2009



¿Cuál Premio? ¿Cuál Paz?


Se ha hecho un hábito en el mundo de la cultura y de la ciencia esperar durante las semanas de octubre y en un ambiente de especulaciones y suspenso, el veredicto de los jurados encargados de otorgar los que se suelen reputar como los más prestigiosos (?) premios del mundo actual. Estos premios hace poco más de un siglo fueron creados por el químico sueco Alfred Nobel. Científico e industrial que hizo una gran fortuna inventando y comercializando el trinitrato de glicerino como principal componente de un explosivo que muy pronto fue usado en mortíferas e infames guerras, Alfredo Nobel, formado en un ambiente familiar y nacional imbuido de un rígido luteranismo, sufrió de un fuerte complejo de culpa. Por esta razón creó un premio estrictamente político, el de la paz, de evidente inspiración kantiana (el filósofo Emmanuel Kant, rígido luterano como Nobel, un siglo atrás había señalado como meta utópica de la política lo que llamó “la paz perpetua”). En años más recientes, en la década de los 60, organismos bancarios suecos crearon el otro premio “político”, el de economía. La diferencia entre uno y otro se da en lo que se entiende por “política”. En el caso del premio de la paz, se premia la dimensión noble de la política, aquella que se funda en los valores morales, el mayor de los cuales, como lo definieran los profetas bíblicos, es la paz universal y permanente. De esta manera, se ve la política no como lo que es sino como lo que debería ser, como un deber o ideal utópico. Por su parte, el premio Nobel de economía versa sobre lo que el propio Kant llama “las condiciones (materiales) de posibilidad” para que los pueblos puedan disfrutar de una paz real.
En la concesión más reciente del premio Nobel de la paz, hubo reacciones tanto de alegría como de sorpresa y hasta de críticas; lo cual no es de extrañar tratándose de un joven jefe de Estado, que apenas tiene unos meses de haber asumido el más importante cargo de poder en el mundo y que no ha mostrado más que buenas intenciones y encendidos discursos. Hasta el presente, Obama no ha obtenido otros logros. Sin embargo, tiene uno que es el que destaca la Academia, cual es de haber cambiado el ambiente diplomático, lo que le ha permitido establecer negociaciones con Rusia, la otra gran potencia. Igualmente, sus discursos en El Cairo y en Trinidad y Tobago, mostraron una actitud muy diferente de la que era habitual en sus antecesores hacia regiones donde la agresividad de Washington es ya crónica. Lo anterior ha contribuido a crear un ambiente que podría facilitar el llegar a acuerdos.
Pero sería ingenuo pasar por alto los serios obstáculos que para lograr la paz han creado algunas decisiones del propio Obama, tales como la profundización de la guerra en Afganistán y la creación de siete (!) bases militares en Colombia. Por lo que cabe preguntarse: ¿De qué paz estamos hablando? Por otro lado, merece destacarse la encomiable actitud de Barack Obama como persona cuando se enteró de que había recibido tan alto galardón. Su espontánea reacción fue de sorpresa y humildad; vio en el premio más un reto, que recibía agradecido pero consciente de que otros lo merecían más que él (en lo personal, pienso que la senadora colombiana Pilar Córdoba tenía más méritos que Obama). Esta actitud, lo mismo que la reacción tardía de la Casa Blanca, demuestra que no hubo presiones políticas ni tráfico de influencias, ni otros métodos éticamente repugnantes a los que algunos pigmeos han recurrido para obtener tan alta distinción.

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