Consumismo en diciembre
Leopoldo Barrionuevo [email protected] | Sábado 06 diciembre, 2008
Consumismo en diciembre
Leopoldo Barrionuevo
Diciembre era el último mes del año romano, creado por Rómulo, fundador de Roma; significa décimo que era el número de meses del calendario entonces, hasta que Numa Pompilio agregó Ianuarius y Februarius. Pero los ordinales persistieron desde Quintilius, que en homenaje a Julio César sería después Julio, de ahí que el orden los bautizó: Quintilius, Sextilius, September, October, November y December (Quinto, Sexto, Séptimo, Octavo, Noveno y Décimo). Los nombres primitivos se mantienen como muestra de nuestros errores y soberbia (Julio por Julio César y Agosto por Octavio Augusto).
Diciembre se caracteriza por ser un mes de apurones: aguinaldos que trastornan a empresarios, capitalistas y gente de dinero para pagarlo y trabajadores que los recibirán para pagar el impuesto de rentas, el marchamo del automóvil, el seguro del vehículo, los regalos de Navidad, los gastos de las fiestas o de las salidas de fin de año y los analgésicos para la goma, además de la búsqueda de médicos inhallables, porque también estarán festejando. ¿Festejar qué? ¿El año que se va? ¿Las promesas de un año mejor? ¿Los intereses de la tarjeta de crédito? ¿La baja del petróleo? ¿Inflación de dos dígitos? ¿Que las lluvias nos den un respiro? ¿Que se agilicen las leyes? ¿Que amaine la violencia ciudadana? ¿Que ir al súper se convierta en un suplicio a la hora de llegar a la caja?
En verdad, lo que haremos es festejar que concluya un año bueno o malo pero al que sigue un año incierto, del que sabemos poco o nada.
Esta es, al menos, una buena noticia para los dolientes de diciembre. En mi niñez, sufríamos aún los embates de la crisis y de la guerra y éramos felices con muy poco, incluso sin aguinaldo ni vacaciones ni suspensión de trabajar el sábado porque no se habían inventado aún. Nuestra dicha era que la Nochebuena nos traía un regalito insignificante en el arbolito, pero el bueno llegaba para la Noche de Reyes con los camellos a los que dejábamos agua para beber y zacate para comer. Es decir, el año no concluía en diciembre, se alargaba unas pocas noches más.
Otra ventaja de diciembre es que hacemos acto de contrición y nos sumergimos en deplorar todas las metidas de pata del año y en prometernos corregir nuestro comportamiento para el nuevo año, elaborando una lista de expectativas acerca de lo que no haremos, lamentablemente siempre acabamos por perder la lista o no recordar dónde la pusimos.
Lo cierto es que sobreviviremos porque comprendemos en algún momento que vivir no es otra cosa que enfrentarse con muchas malas para reconocer las buenas y observar con sabiduría que la felicidad se conjuga con estar satisfecho con lo poco que uno tiene y no cosechando la envidia y el encono de no soportar lo que otros tienen.
Ya vendrán tiempos mejores que los del consumismo en los cuales nunca nos preguntamos si podemos con el gasto y si se justifica gastar lo innecesario para no padecer.
Alguien mencionó que el año que se aproxima –según la apreciación de un grupo de expertos en economía (no hacerles caso porque todos dicen algo distinto y después desaparecen) será de consumismo desenfrenado: con su-mismo vestuario, con su-mismo automóvil, con su-mismo consorte, con su-mismo techo, con su-mismo sueldo (siempre que se pueda quedar con su-mismo trabajo). Lo que realmente cuenta —y hay que aprenderlo de una vez por todas— es permanecer con su-mismo existir. Con su misma vida.
www.leopoldobarrionuevo.com
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