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Comida casera

Leopoldo Barrionuevo [email protected] | Sábado 31 octubre, 2009



ELOGIOS

Comida casera

Si algo añoro en estos tiempos de presunta abundancia, es la comida casera que se servía en nuestros hogares y en los otros; crecí en un barrio pobre de la capital de un país rico y me tocó nacer en tiempos de crisis en serio y si bien para nosotros no fue fácil superar la década infame de los años treinta, al menos en mi barrio hubo carencias y no hambre y nunca nos faltó de comer, pero no podíamos ocultar el que permanentemente golpearan a nuestras puertas desocupados y gente hambrienta para pedir comida.
La vieja guardaba las escasas sobras que daba a los pobres y no olvido su eterna inquietud: dar comida pero no dinero que fuera gastado en vino. Vivíamos sin perros ni gatos. Ahora sé que eran un ahorro de alimentación, mientras que el gallinero era fuente de los huevos y del pollo que consumíamos porque a pesar del país carnívoro en que vivíamos, la carne era para los pueblos en guerra y a nosotros nos costaba tanto como las colas del kerosene para combatir el frío del invierno.
Comíamos bien, tal vez mucho en un tiempo en que no se perdía nada: todo se reciclaba, no había autoservicios aunque sí cadenas de despensas y todos tenían servicio a domicilio, inclusive los productos frescos se compraban para el día y la vieja cocinaba puchero, polenta, espaguetis, locro, mondongo con garbanzos, milanesa con puré, potaje de espinacas, churrasco con ensalada, porotos (habas), pastel de carne, pescado, arvejas con tocino y sopas como entrada, repitiendo los sobrantes para la cena, la mitad de las comidas las odiaba pero los gallegos y sus descendientes tenían clara idea de una dieta equilibrada y tenías que comer lo que te servían porque lo que no tenía hierro, representaba proteínas y no había excusa, de ello dependía el postre. Nadie salía trotar o a caminar: caminabas todo el día.
Si no era en tu casa, cuando quedabas a almorzar en casa de un compañero de cole, era la misma historia aunque otros platos de otras culturas de otras latitudes, las madres eran amas de casa y hacían todo: la comida, la ropa, zurcían las medias, controlaban los deberes o tareas de la escuela, tenían hijos, controlaban a su marido y además hacían tareas para los vecinos: sombreros, postres, remiendos, vestiditos y hasta peinados…
Todo pasa porque lo nuestro es pasar, pero lo que no olvido es la comida casera que casi no he vuelto a ver, aquellas salsas, todo cocinado a punto y servido sobre la marcha y puntualmente; ningún restaurante podía compararse con esa comida, con ese cariño, con esa compañía. Tu esposa ya se independizó hace décadas y si recibes alguien en casa te apuesto a que lo que comen es producto de las comidas preparadas del súper o en el mejor de los casos comida de catering o recalentada en microondas, caso contrario comida chatarra.
A propósito, los domingos cuando había que ir temprano para ver a Rácing, salía de casa sin almorzar y la vieja se quejaba, entonces yo la tranquilizaba diciéndole que en la calle cerca del estadio comería una Paty (hamburguesa), un pancho (hot-dog) o un cacho de pizza con fainá y ella protestaba: -“Comiendo esas porquerías, te vas a morir…”
Mi vieja fue fiel a sus convicciones, se nos fue sin conocer la comida chatarra. yo no quisiera irme sin probar otra vez la comida casera.
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