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COLUMNISTAS


Ciencia aplicada para demostrar que no hay seres humanos inferiores o superiores

Marilyn Batista Márquez [email protected] | Jueves 30 septiembre, 2021


La preparación de una charla sobre Desarrollo Empresarial y Convivencia con la Sostenibilidad, con enfoque de género, me hizo repasar el origen de la discriminación hacia la mujer y las razones por las cuáles hemos sido consideradas inferiores a los hombres.

Durante milenios, los análisis que apuntan a las características de las mujeres como seres humanos débiles, sentimentales, impredecibles y pusilánimes han surgido de análisis subjetivos, basados en conductas moldeadas por los roles sociales y estereotipos.

Los grandes antecesores de la antropología, como ciencia que estudia al ser humano de una forma integral, de sus características físicas como animales y de su cultura, fueron filósofos, matemáticos y teólogos, quienes basaron sus análisis en metodologías como la deducción e inducción, pero sin la aplicación de un método científico.

Durante este periodo milenario –unos 300 años a.C., hasta mediados del siglo XIX– influyentes hombres ayudaron a conformar el “perfil” de las mujeres. Tal es el caso de San Agustín; Agustín de Hipona (354-430) fue el máximo pensador del cristianismo del primer milenio, que afirmó: "Es Eva, la tentadora, de quien debemos cuidarnos en toda mujer... No alcanzo a ver qué utilidad puede servir la mujer para el hombre, si se excluye la función de concebir niños".

El reconocido filósofo Aristóteles (384-322 a. C.), quien fue de los primeros en estudiar al ser humano y sostuvo que es el único animal capaz de deliberar y reflexionar, aseguró que “el macho es por naturaleza superior y la hembra inferior; uno gobierna y la otra es gobernada; este principio de necesidad se extiende a toda la humanidad”.

Pitágoras (569 - 475 a. C.) filósofo y matemático griego considerado el primer matemático puro, escribió: "Hay un principio bueno, que ha creado el orden, la luz y el hombre, y un principio malo, que ha creado el caos, las tinieblas y la mujer".

Siglos más tarde, la reproducción de este pensamiento sobre la mujer fue afianzado por Santo Tomás de Aquino (1224-1274), fraile, teólogo y filósofo católico, considerado el principal representante de la enseñanza escolástica, que afirmó y sostuvo hasta su muerte que “En lo que se refiere a la naturaleza del individuo, la mujer es defectuosa y mal nacida, porque el poder activo de la semilla masculina tiende a la producción de un perfecto parecido en el sexo masculino, mientras que la producción de una mujer proviene de una falta del poder activo”.

Con la Reforma Protestante, la percepción sobre la inferioridad de las mujeres se mantuvo, al punto que Martín Lutero (1483-1546) en sus palabras “santificadas” dirigidas hacia las mujeres, solo le daba valor a su rol de reproductoras: "Tengan sus hijos y hagan como puedan; si mueren, benditas sean, porque seguramente mueren en medio de una noble labor y de acuerdo a la voluntad de Dios... Así ven ustedes cómo son débiles y poco saludables las mujeres estériles; aquéllas bendecidas con muchos niños son más saludables, limpias y alegres. Pero si eventualmente se agotan y mueren, no importa. Que mueran dando a luz, que para eso están". También afirmó que "las niñas empiezan a caminar y a hablar antes que los niños porque la maleza crece siempre más rápido que las buenas semillas".

No fue hasta mediados del siglo XIX que el enfoque adoptado por los primeros antropólogos o pseudo antropólogos fueron cuestionados y la mayor parte de sus “teorías” se consideraron obsoletas. En esta época, Charles Robert Darwin (1809-1882), el científico más influyente de la era contemporánea sostuvo que “El hombre es más valiente, combativo y enérgico que las mujeres, y tiene una genialidad más inventiva. Su cerebro es absolutamente más grande“. “El hombre difiere de la mujer en tamaño, fuerza física, pilosidad, así como en la mente, de la misma manera como lo hacen los dos sexos de muchos mamíferos“.

El aclamado científico obvió que los hombres miden en promedio 11,6 centímetros más que las mujeres y tienen huesos y masa muscular más pesados que las mujeres en relación a su altura. Lo anterior significa que las mujeres tienen entre dos terceras y tres cuartas partes de la fuerza de los hombres: las mayores diferencias están en brazos, pecho y hombros. Afirmar que los hombres son más inteligentes que las mujeres por el tamaño del cerebro, con base a la composición biológica corporal de la especie, es un grave error, que fue subsanado mediante la aplicación del método científico en diferentes estudios –específicamente del cerebro de hombres y mujeres– realizados en el siglo XX.

Hoy la antropología es una ciencia respetable e integradora, que estudia al ser humano en el marco de la sociedad y cultura a las que pertenece, con base a estudios en donde aplican tecnología, respaldados con investigaciones, pruebas y avales, ayudados por otras áreas del conocimiento humano como la paleontología.

Este tipo de estudio objetivo, sin apreciaciones sesgadas por discriminación y estereotipos, son los que han concluido que no hay evidencia de que el hombre tuviera un mayor estatus que la mujer en la prehistoria, y que ésta fuera solo recolectara y el hombre cazador.

Es la ciencia la que nos dijo que el guerrero vikingo de Birka en Suecia, fue una guerrera profesional de alto rango, enterrada con los accesorios de un gran guerrero de élite en una tumba del siglo X.

Con la ayuda de la ciencia se descubrió en el 2020 que el cuerpo de una joven en el altiplano de los Andes (Wilamaya Patjxa individuo 6, o "WPI6"), y otros casos de mujeres enterradas con importantes armas que vivieron hace unos 9.000 años, contradice totalmente la idea de que solo los hombres prehistóricos cazaban grandes animales.

Marylene Patou-Mathis, directora de investigación del Centro Nacional de Investigaciones Científicas en Francia y conservadora de prehistoria en el Museo Nacional de Historia Natural en París, que es una de las expertas más reconocidas en los neandertales, mediante diferentes estudios afirma que no existe un cerebro masculino y otro femenino –aunque algunos científicos opinan que hay diferencias físicas de acuerdo al sexo–, y que el tamaño es la única diferencia (el de la mujer 11% menor) debido a la proporción de su tamaño corporal.

Entonces, las teorías basadas en comportamientos aprendidos y roles sexistas no deberían tener cabida en la sociedad del siglo XXI. La mujer no es inferior ni superior al hombre. El sexo no hace que el cerebro sea más inteligente, o que tengan predisposición a ciertos comportamientos o emociones. Esta aseveración es acogida por la comunidad científica en general.

La desigualdad y discriminación hacia las mujeres es un comportamiento aprendido y legado de generación tras generación durante siglos. No hay seres humanos inferiores o superiores por razones de sexo, ni tampoco por razones de “raza”, color y nacionalidad.

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