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Cazando animaladas

Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 08 octubre, 2012



Cazando animaladas


Hace pocos meses, la fractura de cadera del rey Juan Carlos de España, en medio de un safari para cazar elefantes, recorrió las redes sociales provocando reacciones poco favorables para la Casa Real. Aunque claramente no había incurrido en un acto ilegal (en Botsuana, la cacería de paquidermos es permitida), hacerlo en medio de la peor crisis económica de su reinado resulta imperdonable. De hecho se vio obligado a disculparse.
El asunto es que muchos millonarios del mundo se aburren como ostras y, además, necesitan sentirse poderosos. ¿Y qué mejor manera de experimentar su poder que doblegar a una criatura de mayor tamaño que ellos mismos?
Según la Real Federación Española de Caza, la actividad cinegética moviliza más de €2.200 millones por año. Regulada, la caza no deja de ser para algunos, entre los que me incluyo, un entretenimiento horroroso. Sin embargo, los beneficios económicos pueden ser considerables, sobre todo en economías frágiles o en crisis.
En algunos países de Africa la caza deportiva se ha aliado con grupos conservacionistas para mantener el equilibrio de algunas especies animales y así ayudar a la supervivencia de algunos trabajadores (baquianos, asistentes y otros servidores) y, sin lugar a dudas, a la riqueza de algunos propietarios (hoteleros, agencias de viajes y otros servicios).
En Argentina, sucede algo parecido. Hace más de 100 años, los estancieros que habían obtenido enormes ingresos gracias a que sus antepasados introdujeron animales domésticos foráneos (vacas, ovejas y caballos), decidieron hacer lo mismo: importar especies exógenas pero esta vez con el objetivo de dedicarlas a la caza deportiva. Así llegaron los ciervos colorados, las liebres, el jabalí europeo y otros más que desplazaron a los nativos (como siempre sucede) e invadieron la pampa. La caza, en ese país del Sur, se sustenta en la historia, en la necesidad de erradicación de algunas especies, en la economía de muchos, no solo los poderosos: los pobres de algunas regiones también.
Todo esto es historia, información mundial, no realidad nacional. Seguro que algunas especies animales fueron introducidas en algunas regiones de nuestro país y se han convertido en plaga. Ni eso justifica en Costa Rica la caza deportiva. Existen otras formas de control. Nadie se beneficia económicamente con este “deporte”. No vienen millonarios a cazar especies tan pequeñas como un tepezcuintle, un armadillo, un mono.
¿Entonces? ¿Por qué hay diputados que se oponen a declarar la cacería deportiva como ilegal? Me resulta incomprensible que se opongan a esta iniciativa ciudadana. Y si escucho los discursos en la Asamblea Legislativa, simplemente me da vergüenza ajena.
Con “forro” y el pelo mal repartido, desde su curul un representante del Partido Libertario aseguró: “El hombre es el que hace todo lo malo. Incluyendo a la mujer… hoy se crea el animalicidio, porque el hombre mata al animal”. ¿?
No se me ocurre qué agregar a semejante animalada.

Claudia Barrionuevo
[email protected]

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