Cansados
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 17 septiembre, 2008
Cansados
Vilma Ibarra
Comprendo perfectamente al Presidente de la República. Y supongo que prácticamente todos se habrán identificado con él cuando —en la alocución central de los actos conmemorativos de la Independencia— nos sorprendió con su confesión sobre el cansancio. El Presidente no aguantó más y a su ya acostumbrada queja contra los medios de comunicación (siempre generalizada), acusó cansancio por la crítica que estima injusta, por los malintencionados que no hacen sino intentar detener los ímpetus y buenos propósitos de la administración, por los que —como él siempre afirma— se le paran en la escoba que está lista para barrer la mediocridad y el atraso que todos los días se nos atraviesan en el camino. Cansancio por aquellos que se creen dignos de tirar siempre la primera piedra y por aquellos que quisieran de él actos de contrición y no simplemente explicaciones acerca de cuanta cosa se les ocurre indagar. De verdad, entiendo al Presidente y consecuentemente entiendo su frustración. El primer mandatario, como cualquier ser humano, se cansa.
Claro, el hecho de que lo comprenda, no quiere decir que como ciudadana me haya animado su confesión. Por el contrario, precisamente cuando estaba articulando una modesta autoterapia mental para convencerme el día del cumpleaños de la Patria acerca de las bondades de nuestra democracia y nuestros retos y desafíos para empujarla por mejores derroteros, la verdad es que la declaración del señor Presidente me cayó como balde de agua fría. Logró trasladarme su desánimo y heme aquí, de pronto, terriblemente cansada y aún más, con una fuerte dosis de apatía lo cual resulta peor, porque si el cansancio ciertamente no deja mucho espacio a la fuerza física, emocional e intelectual, la apatía logra sepultar casi por completo cualquier asomo de deseo de hacer las cosas.
Comprendo que don Oscar Arias se sienta cansado, pero me cuesta entender que en el Día más importante de la Patria el Presidente de la República de Costa Rica nos haya regalado a sus gobernados una declaración de cansancio que, a fuerza de repetición, resultó más bien un manifiesto sobre el hastío. Tal vez por eso en las últimas horas, en la oficina, el taxi, el autobús y hasta en la propia casa todos dicen “estar cansados” Y por supuesto, yo también.
¿Y qué otra cosa esperábamos con semejante inyección de optimismo?
Quiera Dios que el Presidente se recupere del cansancio que padece —quiera Dios que su fatiga sea producto del poco sueño y la confusión de horarios que suele afectar el organismo cuando se cruza el Atlántico— para que nos vuelva a insuflar a sus conciudadanos una dosis de energía y un poquito de entusiasmo para lo que resta de su segundo tiempo.
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