Apocalipsis ahora
Arnoldo Mora [email protected] | Martes 11 diciembre, 2007

Arnoldo Mora Rodríguez

La similitud con lo que, según la crónica histórica, se dio en la Europa medieval cristiana al acercarse el año mil es impresionante. Entonces se vivió una histeria milenarista, pues se creía que, al llegar el año mil de la era cristiana, se acabaría el mundo y Cristo volvería en el Juicio Final como juez supremo a juzgar a “vivos y muertos”.
La atmósfera que en esa época se respiraba era producto de una visión teológica del mundo; lo que hoy se da es consecuencia de una visión científico-técnica de la vida. Pero los efectos socio-culturales son los mismos.
La ciencia experimental es hoy lo que entonces eran las creencias místico-escatológicas. Pero los resultados prácticos son los mismos: se vive una atmósfera de final, no tanto de época, sino de la especie humana misma. Los ejemplos abundan. El domingo pasado, en más de 50 ciudades del mundo hubo multitudinarias manifestaciones exigiendo a los gobiernos, que se reunirán próximamente en Balí, tomar medidas inmediatas y urgentes para enfrentar el cambio climático.
En todos los congresos científicos se anuncian apocalípticas catástrofes si la temperatura sigue creciendo… Y todo, hoy como ayer, por culpa exclusivamente de la acción humana. No es Dios (entonces) o la Naturaleza (hoy) sino el hombre el culpable; no son las leyes divinas (ayer) o científicas (hoy) sino el uso irresponsable del albedrío humano, el responsable de la amenaza inminente de esta hecatombe sin precedentes, de la que las recién pasadas catástrofes no son más que un débil anuncio.
Como los predicadores ayer, los científicos hoy anuncian el Juicio Final porque se acaban los bosques, porque el gran pulmón de la humanidad que es la Amazonia está siendo sometido a una implacable deforestación, porque las especies vivientes se exterminan como en las peores catástrofes naturales del pasado… Y todo por culpa no del hombre en general, sino en concreto, del poderío tecnológico puesto al servicio de una voracidad sin límites de las grandes trasnacionales, que buscan tan solo ganancias a corto plazo.
Se parecen a aquel mono que serruchaba la rama en que estaba sostenido, mientras sonreía desafiando al abismo que debajo suyo lo esperaba con sus fauces abiertas.
Pero esta catástrofe que se da en lo ecológico, se da igualmente en lo económico. La crisis hipotecaria en Estados Unidos no es más que el síntoma inequívoco de la agonía de una economía, cuyos efectos los percibimos en la caída estrepitosa del dólar. Pero lo más grave es que, si la crisis de la economía norteamericana degenera en una recesión, esta afectará el sistema económico mundial del cual, por supuesto, nuestra pequeñísima economía sufrirá graves consecuencias.
Con prudencia, pero de manera inequívoca, el presidente del Banco Central lo ha dicho en varias ocasiones. ¿Estamos preparándonos para paliar al menos las más deletéreas consecuencias de una recesión mundial?
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