Año nuevo, ¿vida vieja?
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 28 enero, 2008
Claudia Barrionuevo
“Solo vos podés hacer que 2008 sea un gran año o un desastre de 353 días”, me dice sabiamente, con su joven filosofía de vida, mi hija Manuela, tratando de animarme. No han pasado aún 30 días desde que comenzó el año y las primeras dos semanas de inmersión en la vida real han logrado menguar mis energías. “Año nuevo, vida vieja”, concluye sabiamente, con su vida bien vivida, mi amiga Ivonne, tratando de que me resigne. Y yo que odio la resignación, intento seguir creyendo que todo va a cambiar y que puedo proseguir con mis propósitos del nuevo año.
Muchos de nosotros vivimos los días finales de cada diciembre imaginando una vida nueva que borre los dolores de los meses pasados y llene de alegría los venideros. Pronto nos damos cuenta de que los cambios no se dan de un día al otro, de un mes al otro, de un año al otro.
Hace una década esperábamos con ansias el final del siglo XX. Las computadoras ya eran una realidad cotidiana y el pánico se apoderó de todos cuando los medios de comunicación anunciaron que todas ellas —más todos los electrodomésticos que tienen insertados chips para trabajan con fechas— colapsarían al no poder reconocer el cambio de numeración de 1999 a 2000. Nada sucedió.
En todo el mundo se organizaron grandes fiestas para despedir el siglo y las pudimos disfrutar por televisión —empezando con Nueva Zelanda— gracias a la tecnología satelital.
Sin embargo muchos insistían en que el siglo terminaba en el año 2000, no en 1999, dado que nuestro calendario habría comenzado en el año cero y no en el uno.
Más allá de si tenían razón o no, lo que queda claro es que siempre es un hito histórico el que cambia las épocas y sin lugar a dudas, en el caso del tercer milenio y el nuevo siglo, ese hito ocurrió el 11 de setiembre de 2001 con el ataque a las Torres Gemelas. Mucho ha cambiado en estos años.
Si bien otro hito histórico, la caída del Muro de Berlín, concluyó las tensiones entre el Este y el Oeste y borró el terror de una guerra entre las dos potencias del siglo pasado, la Unión Soviética y Estados Unidos, este último país —que aún existe, no así el primero— vio justificada su lucha contra el terrorismo a partir del 11-9, y ha obligado a sus aliados a secundarlo en las guerras que —por motivos económicos— ha iniciado.
Por primera vez todos los países del continente latinoamericano tienen presidentes escogidos democráticamente y los Gobiernos utilizan cada vez más las consultas populares o referendos para confirmar o no sus políticas. En muchos de estos países algunas voces que no han sido escuchadas durantes siglos han empezado a tener micrófono: las reivindicaciones exigidas por los indígenas, los ambientalistas y las mujeres cada vez tienen más presencia.
A diferencia de los años 70 en que los estados se preocupaban por tener injerencia en la situación de los más pobres, impulsando políticas de integración que disminuyeran las diferencias sociales, en este nuevo siglo el papel del estado se ha debilitado. La globalización ha dado paso al individualismo y a una brecha social mucho mayor.
Si los cambios históricos y sociales —para bien o para mal— ocurren paulatinamente, igual sucede con nuestras vidas. No debemos esperar cada enero una modificación sustancial de nuestras circunstancias, sino trabajar en ellas para poder ver los frutos el próximo diciembre.
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