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COLUMNISTAS


Amor, respeto y dignidad

Emilio Bruce [email protected] | Viernes 24 febrero, 2023


Sinceramente

Con facilidad la convivencia en sociedad en nuestros días encuentra que los grandes valores básicos de amor, respeto y dignidad, de excelencia, de sobriedad, de constancia y de perseverancia se están viendo anulados por la acción deliberada de quienes desean que estos no existan o no tengan vigencia. Muchos consideran que éstos valores son la prisión de la moralidad pequeño burguesa y buscan su liberación de esa cárcel.

Estos valores han sido por generaciones la enseñanza básica de la familia, de la iglesia, de la escuela, del sitio de trabajo, de los grupos con los cuales contrastamos nuestra existencia e imitamos en nuestras costumbres y de los medios de comunicación colectiva que fortalecían y reforzaban los comportamientos deseables en nuestras comunidades.

Muchos buscan activamente la destrucción de la familia, pilar de la humanidad. Muchas familias ahora revisten formas diferentes de la familia tradicional de otrora. Familias monoparentales en las que una adolescente encabeza el hogar y es madre, así como afortunadamente provee el sustento de sus hijos nacidos de diferentes padres. Estas familias y otras conformaciones igualmente vigentes hoy son las que siembran los primeros valores.

Las sectas y el ateísmo o el agnosticismo han venido a reemplazar en sociedad a la iglesia tradicional fuera esta Católica, Episcopal, Luterana o Bautista, que con rigor y seriedad enseñaban el cristianismo a sus fieles. La decadencia manifiesta de la influencia religiosa en sociedad ha significado que la diferenciación entre el bien y el mal también se ha debilitado. El espinazo sobre el que se erigió la moral se ha venido debilitando lentamente, pero de manera evidente. El relativismo ha hecho que lo que antes era una conducta censurable hoy se acepte y se justifique de manera natural.

La educación en el mundo, y también en nuestro país, se ha venido debilitando. No sólo se ha degradado la enseñanza misma, las materias que se enseñan y su vigencia, sino que muchos de los que allí asisten con valores familiares y religiosos debilitados se ven a su vez sin el apoyo de los educadores para marcar en ellos las reglas seglares de la convivencia en respeto y dignidad. Nuestra sociedad confundió el fortalecimiento y renovación de la educación con gastar los presupuestos en mejoras salariales y otros beneficios a los educadores. Estos servidores los merecían, pero agotaron con ello la capacidad económica que disponía y el radio de acción discrecional del sistema.

Los sitios de trabajo siguen siendo las universidades de la disciplina y la puntualidad y en ellos la convivencia de unos y otros va normalizando a la población en una actitud laboral razonable.

Algunos medios de comunicación colectiva hace ya mucho tiempo dejaron de fortalecer las figuras y roles convenientes y satisfactorios para la comunidad y fueron sustituyendo este esfuerzo productivo e indispensable por el linchamiento de personas e instituciones. El escándalo ha ido sustituyendo a la formación de roles convenientes y trascendentales socialmente.

Del amor, del respeto y de la dignidad hemos escorado al insulto, a la descalificación, a la mentira descarada o a la post verdad. De la apreciación del valor de las cosas fundamentales hemos descendido al mero regateo de los precios de los objetos. De la formación de las familias y de los ciudadanos hemos llegado a la consideración de los hijos como una molestia, al aborto para acabar con ellos de una vez y al repudio o al abandono también muchas veces de ellos.

Una generación que forma a la siguiente de manera superficial conduce a la sociedad a que la próxima con facilidad degrade aún más a la generación sucesora. Pareciera que es la ruta que hemos seguido a pesar de los miles de buenas familias, de los valores que éstas aún inculcan a los suyos, al trabajo disciplinado, al ejemplo de moralidad vivido por miles y que es ejemplo para todos nosotros. Ellos son las bases y los pilares que aún nos sostienen como sociedad.

Nos sorprenden algunos políticos, nos desagradan otros por sus actitudes, poses o propósitos. Una cosa es clara: de nuestra sociedad algo enferma han salido todos nuestros políticos. Nuestra idiosincrasia ha ido cambiando y de los valores de excelencia, de sobriedad, de constancia, de perseverancia, amor, respeto y dignidad quedan pocos asideros. Todavía es tiempo para remediar los yerros en que hemos incurrido. El esfuerzo para reivindicar el bien eterno no será pequeño, pero no todo está perdido. Manos a la obra.

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