Algo habrán hecho
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 10 marzo, 2008
Claudia Barrionuevo
“Algo habrán hecho” frase terrible que repetían muchos argentinos en los años de la dictadura militar, cuando algún vecino desaparecía. De alguna manera, sabiéndose “inocentes” se creían seguros. Nadie estaba seguro, ni siquiera siendo “inocente”.
En nuestro país cada vez es más frecuente que aparezcan cadáveres acribillados a balazos. Cuando nos enteramos de estos evidentes ejecuciones, tal vez para sentirnos más seguros, muchos pensamos “seguro estaban metidos en el narcotráfico”. Luego recordamos a Parmenio Medina e Ivannia Mora y tenemos la certeza de que no estaban metidos en nada más que en su labor periodística.
No estamos seguros.
En el concierto de Mercedes Sosa, hace algunos días, me sorprendió la falta de seguridad de los hermanos Arias.
Todavía se encuentra en nuestro país uno de los supuestos sicarios colombianos que —según las noticias— planeaban asesinar a Rodrigo Arias y Fernando Berrocal.
Siendo esta la desgraciada realidad que nos toca vivir, me resultó insólita la entrada del presidente Arias y su comitiva de más de 20 personas al gimnasio herediano que alguna vez tuvo su nombre. Ingresaron en fila india desde la parte posterior del escenario antes de que Esteban Monge, el telonero, terminara su última canción. De esa manera, su presencia fue más que evidente y provocó una serie de consignas e insultos. Más que al rechazo de la mitad del público presente, los Arias se expusieron a cualquier sicario o loco suelto. ¿Arrogantes o inconscientes? No lo sé. Evidentemente no existió un equipo de seguridad profesional que organizara la entrada y salida de don Oscar y don Rodrigo para que esta fuera imperceptible.
Pero no solo ellos peligran, no. Igual si solo somos ciudadanos comunes nuestra vida puede terminar de un momento a otro. O más bien, de un robo a otro.
La semana pasada, manejando por la presa de Guadalupe, mi hija Manuela me llamó de su celular para pedirme un permiso. A los pocos segundos y por la conversación me di cuenta de que estaba caminando por la calle mientras hablaba por teléfono. Entré en pánico y le exigí que colgara y escondiera el aparatejo que —por supuesto— es de los más baratos que se consiguen. Ustedes comprenderán el motivo de mi angustia: el 1° de marzo un joven de 24 años fue asesinado en Los Lagos de Heredia cuando se resistió a entregar su teléfono celular. No es el primero y, lamentablemente, no creo que sea el último.
Todos hemos sido víctimas de robos en alguna o varias de las múltiples modalidades de este delito. Como cada vez media más la violencia ya hace rato que no arriesgamos nuestras pertenencias si no nuestra vida. Que la muerte por “portación de celular” no se vuelva una constante en nuestras vidas. El Gobierno debe tomar medidas serias —y tomarse en serio la seguridad personal de sus miembros— para que la muerte solo venga de manera natural.
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