Afuera y adentro de las cárceles
Alvaro Madrigal [email protected] | Jueves 23 junio, 2011
De cal y de arena
Afuera y adentro de las cárceles
Atroz lo que ocurrió en la cárcel de La Reforma. Escalofriantes las redes de poder ahí incubadas y sus extensos dominios. Es un “sistema” carcelario propio de sociedades infrahumanas, ideal para acentuar las deformaciones morales de los reclusos.
Hay que tener temple de acero para no sucumbir allí. Como lo han tenido muchos de los que se han tropezado con ley. Otros, ya doblados por una vocación delictiva incorregible, lo que hacen es afinar sus desviaciones y disfrutar con la construcción del reino del terror.
Johel Araya, independientemente de por qué estaba en La Reforma y de su grado de peligrosidad, era un ser humano con derecho a respeto a su integridad y dignidad que comenzó como victimario y terminó como víctima, asesinado para callarlo y tras sometérsele a torturas y vejámenes.
Peor aún, lo asesinaron elementos de la policía carcelaria sedientos de venganza y temerosos de que delatara cuán profunda es la corrupción de las autoridades y quiénes son parte de esa escalofriante red de poder en La Reforma. Araya anticipó este desenlace y denunció las amenazas que le rondaban cuando acudió a la Sala Constitucional en procura de un amparo que nunca le llegó; tampoco le habían prestado oídos a lo interno de la penitenciaría.
Se cerró la Penitenciaría Central. También San Lucas. Se construyeron La Reforma, San Agustín y Moín, entre otras. El cuadro de hoy, sin embargo, revela que se abandonó ese derrotero y que el Estado no solo dejó de construir cárceles; también dejó de priorizar la tarea de la formación profesional del personal carcelario y no entendió que la sociedad enfermaba simultáneamente. “Granero abandonado dice el refrán fiesta de ratas”.
Las cárceles se transformaron en antros del vicio y cubículos para la conspiración. Desde allí nos llega la agresión a la integridad ciudadana y el quiebre del principio de autoridad.
Como se evidencia, se desbordan los mecanismos defensivos de la familia y la sociedad sin que aparezca un Estado habilitado para encarar los desafíos.
El vacío lo aprovechan los delincuentes de todo tipo, también los de cuello blanco. El cuerpo social, vulnerable y desarmado, sufre la arremetida.
Hoy estamos notificados de la llegada de los cárteles internacionales de la droga y de la aparición de las nuevas formas del hampa: los narco-clanes, las narco-familias.
De mayo de 2006 a noviembre de 2010 la Policía de Control de Drogas desarticuló 400 células pero la cantidad siguió creciendo en lo que va de 2011. Lo de las cárceles, lo del narco y lo del hampa en las calles no es lo mismo; pero sí son fenómenos hermanados ya de dimensión preocupante.
Pero la sociedad no da los pasos firmes y sin retroceso hacia el emprendimiento de la gran tarea pendiente, por un lado, la profesionalización policial y la construcción de cárceles y, por otro, la educación, fomento de los valores, creación de oportunidades y recuperación del compromiso que nos haga gozar, de nuevo, de justicia social.
Si no tomamos esta ruta, de poco servirán otros ¢96 mil millones que asigne el comercio organizado a encarar los desafíos de la inseguridad.
Alvaro Madrigal
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