Abrázame como antes
Claudia Barrionuevo [email protected] | Martes 06 diciembre, 2016
“Abrázame como antes” nos permite observar un mundo que nos es ajeno en la cotidianidad pero no en la empatía
Abrázame como antes
Claudia Barrionuevo
Jean Anne Manson era una rubia del noreste de los Estado Unidos, que participó como actriz en los inicios de los años 70, en cuatro películas malas que no tuvieron éxito. Ser la chica Playboy en agosto de 1974 le permitió viajar a París. Rebautizada como Jeane Manson, y abandonando su lengua materna, se convirtió en una reconocida cantante francesa. Todavía hoy interpreta su gran éxito “Avant de nous dire adieu” que también cantó en español: “Porque el amor se va”.
Jurgen Ureña toma prestado un verso de esta canción como título de su nueva película: “Abrázame como antes”. Como Jeane, sus personajes también vienen de otro lado, de un lugar que no conocemos pero que parece ser más oscuro (si se puede) que el presente.
También han renunciado a sus nombres originales: Verónica y Greta son mujeres trans que escogieron cómo llamarse. ¿Y Tato? “Eso no es un nombre”, le dice Verónica al joven que ha recogido herido en la calle. “Así me dicen todos” aclara Tato. “Pero ¿cómo se llama?” insiste la mujer, colocándose en el papel del otro, del que no reconoce la elección de una identidad.
Lo que Verónica desea es conocer a Tato y salvarlo de sí mismo, del mundo, del afuera. Por eso lo encierra en la pequeña casa que comparte con Greta. Presiente que el chico ha sido abandonado por sus padres, al igual que ella, y quiere ayudarlo.
El tema de la maternidad adquiere entonces una dimensión profunda, filosófica y mágica.
Profunda, porque el relato se toma el tiempo necesario para recorrer los caminos de los tres personajes principales mostrándonos, o insinuándonos, la complejidad de la relación con la Madre y el culto exacerbado a su figura.
Filosófica, porque nos enfrenta con el gran dilema de la existencia de un instinto maternal y, si este existe, con la posibilidad de que sea experimentado por una mujer trans. Verónica se nos presenta como un personaje que quiere hacer lo correcto, ser buena persona, dar amor. Quiere ser la madre que no tuvo y que, tal vez, tampoco tuvo Tato. Con un instinto maternal más fuerte que ella misma, Verónica lo cura, lo alimenta, lo cuida, lo viste.
Mágica, porque, en el altar que Verónica ha armado en su casa, el retrato de su madre es el centro de una cosmogonía en la que abundan las figuras religiosas y, sobre todo, las imágenes de la maternidad sagrada por excelencia: la de la Virgen María. Creyente y supersticiosa, Verónica le rinde adoración a su mamá a pesar de que esta la haya abandonado años atrás.
Poco y nada sabemos de Tato pero nos sorprende su ingenuidad cuando le pregunta a Greta luego de un fugaz encuentro sexual: “¿Usted por qué es así?”, refiriéndose a que es una chica con “pipí” (sic). A lo que ella contraataca un par de parlamentos más adelante: “¿Quiere una mamá? ¿O un papá?”
Los personajes están atrapados en una realidad de la que es difícil escapar. Con sinceridad y crudeza se lo dicta Thalaya a Verónica: “No dejés la calle porque eso es lo que nos deja plata. Para esto nacimos”.
Es Thalaya la que interpreta la canción que hizo famosa a Jeane y, al igual que ella, también se aleja de la lengua materna, se aleja de la madre, para representar un tema de la italiana Mina, un personaje mítico que oculta su imagen desde hace más de treinta años. ¿Metáforas casuales?
Desde el inicio, e intencionalmente, la película nos hace confundir el género: ¿Se trata de documental o de ficción? Pronto comprendemos que, a pesar de la similitud entre los personajes reales y los del relato, el director ha logrado, cercano al Cinéma Verité, que el trío de protagonistas expresen las emociones necesarias para el desarrollo de un relato original. Son mujeres transgénero interpretando a personajes transgénero.
Con una iluminación insinuante, que transita por colores que suavizan la crudeza de la realidad expuesta, y una estética que no cae en el regodeo de la exageración de la cultura trans, “Abrázame como antes” nos permite observar un mundo que nos es ajeno en la cotidianidad pero no en la empatía. De inmediato sentimos ternura por Verónica; curiosidad y cierta pena por Tato; simpatía y algún pesar por Greta.
El cine costarricense, nuevo y joven, tiene muchos temas pendientes. El de la diversidad sexual es uno de tantos y en “Abrázame como antes”, es tratado con respeto, sensibilidad y sin morbo. Cine indispensable hoy.
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