¿A quién le exporta deuda Estados Unidos?
Carolina Acuña [email protected] | Lunes 29 octubre, 2012
¿A quién le exporta deuda Estados Unidos?
Estados Unidos pronto podría cambiar de banqueros y trasladar sus negocios de China nuevamente a Japón.
Japón fue durante mucho tiempo el principal acreedor de Estados Unidos. Así fue hasta setiembre de 2008, cuando China se convirtió en el mayor tenedor extranjero de bonos del Tesoro estadounidense. Eso preocupó a muchos en Washington que habrían preferido estar endeudados con una democracia amiga que con una ambiciosa potencia comunista. Uno de los grandes argumentos que esgrime Mitt Romney, de hecho, es que Estados Unidos depende demasiado de China.
La afirmación del candidato presidencial de que no le pedirá dinero prestado a China pronto podría convertirse en motivo de debate. Japón tiene en la actualidad $1,12 billones de bonos del Tesoro de Estados Unidos, en comparación con $1,15 billones que están en manos de China. Las compras japonesas crecen sin pausa, mientras que los valores en poder de China han declinado más del 10% desde mediados de 2011.
Pero toda esa obsesión respecto a quién tiene la deuda estadounidense es una distracción. La verdadera cuestión es si para una gran economía como la estadounidense tiene sentido exportar más del 50% de sus bonos. ¿Los países no deberían redoblar sus esfuerzos por crear una mayor base de clientes locales para su deuda? ¿No deberían ser más… japoneses?
“La gente critica a Japón. Se le considera un ejemplo de lo que no debe hacerse”, dice Ed Rogers, máximo responsable ejecutivo de Rogers Investment Advisors, que tiene sede en Tokio. “Yo les diría que no se apresuraran. La deuda es un buen ejemplo”.
Esa idea es un anatema para los fundamentalistas del libre mercado. Tampoco sería fácil de lograr. En opinión de Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional, revertir la globalización financiera “equivaldría a convencer a 1.000 millones de personas de no usar Facebook”. De todos modos, vale la pena analizar si Estados Unidos podría beneficiarse de un acuerdo de deuda de estilo más japonés.
En su libro “La nueva depresión”, que se publicó este año, el economista Richard Duncan plantea la sensata posibilidad de otro New Deal como el de Franklin D. Roosevelt para restablecer el crecimiento, fortalecer la competitividad y conseguir independencia energética. Su financiación supone aprovechar la gran cantidad de efectivo del sector privado que figura en los balances empresariales. Si las compañías de Estados Unidos consideran que están invirtiendo en sus posibles futuras ganancias, podría no importarles comprar más bonos del Tesoro.
Pocas palabras despiertan más temor en el corazón de los economistas que “niponización”. La perspectiva de problemas crónicos, deflación y declinante relevancia global hace que banqueros centrales como Ben S. Bernanke, en Estados Unidos, y Mario Draghi, en Europa, inyecten torrentes de liquidez para evitar la posibilidad de una década perdida.
Entre sus características más notorias se encuentra el recambio de primeros ministros y ministros de Hacienda, lo que hace imposible abordar los conocidos problemas sistémicos de Japón.
A esa incoherencia política se suma la dependencia de un yen débil a los efectos de apuntalar una economía basada en la exportación. Las compañías emblemáticas de Japón dependen tanto del respaldo de la moneda, que cuando este desaparece el daño puede ser asombroso. Sharp Corp., Sony Corp. y Panasonic Corp. habían sumado pérdidas de más de US$20 mil millones el año pasado, en parte debido a que la fuerza del yen afectó las ventas al exterior. Durante décadas, esos nombres desempeñaron un papel central en la prosperidad de Japón, así como las compañías automotrices de Detroit lo tuvieron en Estados Unidos. Ahora sus problemas aceleran la declinación de la industria japonesa.
Se presta poca atención, sin embargo, al tema de a cuántas economías occidentales les convendría convertirse en Japón y a lo que el país hizo bien. Es cierto, las dos décadas de deflación y crecimiento insignificante de Japón hicieron desaparecer billones de dólares de riqueza y transformaron muchos bancos en zombies insolventes. El Promedio Bursátil Nikkei 225 es la cuarta parte de lo que era en 1989, cuando alcanzó el nivel más alto de todos los tiempos, 38.957.
En todo ese periodo, el país ni siquiera estuvo cerca de una crisis. La delincuencia no aumentó, nunca hubo un abrupto incremento de personas que carecieran de vivienda, y no se perdió una enorme cantidad de empleos, como suele pasar en las recesiones estadounidenses. Hubo ajustes, por supuesto, en el caso de trabajadores que de pronto se encontraron con un empleo de medio tiempo, mujeres que enfrentaron una reducción de sus oportunidades de carrera y estudiantes que se vieron ante un mercado laboral alicaído.
No hay que olvidar la increíble calma que acompañó al devastador terremoto del año pasado. Japón nunca padeció los disturbios y saqueos que estallaron en Estados Unidos luego del huracán Katrina en 2005. Las interrupciones de la cadena de suministro que afectaron a grandes empresas como Apple Inc. se abordaron de inmediato. Los cortes de electricidad fueron pocos y muy espaciados en momentos en que todos los reactores nucleares del país cesaron su actividad. ¿Cuántos países pueden hacer eso?
Lo que da cohesión a Japón es la enorme proporción de deuda gubernamental que está en manos locales. El hecho de que más del 90% de su deuda esté en el país le permite a Japón tener la mayor deuda pública del mundo y rendimientos a diez años de apenas un 0,78%. Es por eso que las compañías calificadoras no han empujado a Japón hacia el precipicio de la categoría de basura. Por eso los vendedores en corto que apuestan a que Japón será la próxima Grecia nunca han ganado dinero.
Ese sistema autocontenido le da a Japón la mejor válvula de escape si alguna vez se encontrara al borde del impago: el condonamiento de la deuda por parte de su población y sus empresas. Sería algo impensable para el Gobierno japonés. Pero veámoslo de esta manera: ¿Qué otro país tiene ese tipo de opción de venta apocalíptica?
Romney tiene razón al decir que endeudarse tanto con China es malo para Estados Unidos. También lo es endeudarse con Japón. Tal vez Estados Unidos pueda pensar en endeudarse más en el plano local. La deuda nunca debería ser la principal exportación de un país.
William Pesek/ Bloomberg News
Estados Unidos pronto podría cambiar de banqueros y trasladar sus negocios de China nuevamente a Japón.
Japón fue durante mucho tiempo el principal acreedor de Estados Unidos. Así fue hasta setiembre de 2008, cuando China se convirtió en el mayor tenedor extranjero de bonos del Tesoro estadounidense. Eso preocupó a muchos en Washington que habrían preferido estar endeudados con una democracia amiga que con una ambiciosa potencia comunista. Uno de los grandes argumentos que esgrime Mitt Romney, de hecho, es que Estados Unidos depende demasiado de China.
La afirmación del candidato presidencial de que no le pedirá dinero prestado a China pronto podría convertirse en motivo de debate. Japón tiene en la actualidad $1,12 billones de bonos del Tesoro de Estados Unidos, en comparación con $1,15 billones que están en manos de China. Las compras japonesas crecen sin pausa, mientras que los valores en poder de China han declinado más del 10% desde mediados de 2011.
Pero toda esa obsesión respecto a quién tiene la deuda estadounidense es una distracción. La verdadera cuestión es si para una gran economía como la estadounidense tiene sentido exportar más del 50% de sus bonos. ¿Los países no deberían redoblar sus esfuerzos por crear una mayor base de clientes locales para su deuda? ¿No deberían ser más… japoneses?
“La gente critica a Japón. Se le considera un ejemplo de lo que no debe hacerse”, dice Ed Rogers, máximo responsable ejecutivo de Rogers Investment Advisors, que tiene sede en Tokio. “Yo les diría que no se apresuraran. La deuda es un buen ejemplo”.
Esa idea es un anatema para los fundamentalistas del libre mercado. Tampoco sería fácil de lograr. En opinión de Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional, revertir la globalización financiera “equivaldría a convencer a 1.000 millones de personas de no usar Facebook”. De todos modos, vale la pena analizar si Estados Unidos podría beneficiarse de un acuerdo de deuda de estilo más japonés.
En su libro “La nueva depresión”, que se publicó este año, el economista Richard Duncan plantea la sensata posibilidad de otro New Deal como el de Franklin D. Roosevelt para restablecer el crecimiento, fortalecer la competitividad y conseguir independencia energética. Su financiación supone aprovechar la gran cantidad de efectivo del sector privado que figura en los balances empresariales. Si las compañías de Estados Unidos consideran que están invirtiendo en sus posibles futuras ganancias, podría no importarles comprar más bonos del Tesoro.
Pocas palabras despiertan más temor en el corazón de los economistas que “niponización”. La perspectiva de problemas crónicos, deflación y declinante relevancia global hace que banqueros centrales como Ben S. Bernanke, en Estados Unidos, y Mario Draghi, en Europa, inyecten torrentes de liquidez para evitar la posibilidad de una década perdida.
Entre sus características más notorias se encuentra el recambio de primeros ministros y ministros de Hacienda, lo que hace imposible abordar los conocidos problemas sistémicos de Japón.
A esa incoherencia política se suma la dependencia de un yen débil a los efectos de apuntalar una economía basada en la exportación. Las compañías emblemáticas de Japón dependen tanto del respaldo de la moneda, que cuando este desaparece el daño puede ser asombroso. Sharp Corp., Sony Corp. y Panasonic Corp. habían sumado pérdidas de más de US$20 mil millones el año pasado, en parte debido a que la fuerza del yen afectó las ventas al exterior. Durante décadas, esos nombres desempeñaron un papel central en la prosperidad de Japón, así como las compañías automotrices de Detroit lo tuvieron en Estados Unidos. Ahora sus problemas aceleran la declinación de la industria japonesa.
Se presta poca atención, sin embargo, al tema de a cuántas economías occidentales les convendría convertirse en Japón y a lo que el país hizo bien. Es cierto, las dos décadas de deflación y crecimiento insignificante de Japón hicieron desaparecer billones de dólares de riqueza y transformaron muchos bancos en zombies insolventes. El Promedio Bursátil Nikkei 225 es la cuarta parte de lo que era en 1989, cuando alcanzó el nivel más alto de todos los tiempos, 38.957.
En todo ese periodo, el país ni siquiera estuvo cerca de una crisis. La delincuencia no aumentó, nunca hubo un abrupto incremento de personas que carecieran de vivienda, y no se perdió una enorme cantidad de empleos, como suele pasar en las recesiones estadounidenses. Hubo ajustes, por supuesto, en el caso de trabajadores que de pronto se encontraron con un empleo de medio tiempo, mujeres que enfrentaron una reducción de sus oportunidades de carrera y estudiantes que se vieron ante un mercado laboral alicaído.
No hay que olvidar la increíble calma que acompañó al devastador terremoto del año pasado. Japón nunca padeció los disturbios y saqueos que estallaron en Estados Unidos luego del huracán Katrina en 2005. Las interrupciones de la cadena de suministro que afectaron a grandes empresas como Apple Inc. se abordaron de inmediato. Los cortes de electricidad fueron pocos y muy espaciados en momentos en que todos los reactores nucleares del país cesaron su actividad. ¿Cuántos países pueden hacer eso?
Lo que da cohesión a Japón es la enorme proporción de deuda gubernamental que está en manos locales. El hecho de que más del 90% de su deuda esté en el país le permite a Japón tener la mayor deuda pública del mundo y rendimientos a diez años de apenas un 0,78%. Es por eso que las compañías calificadoras no han empujado a Japón hacia el precipicio de la categoría de basura. Por eso los vendedores en corto que apuestan a que Japón será la próxima Grecia nunca han ganado dinero.
Ese sistema autocontenido le da a Japón la mejor válvula de escape si alguna vez se encontrara al borde del impago: el condonamiento de la deuda por parte de su población y sus empresas. Sería algo impensable para el Gobierno japonés. Pero veámoslo de esta manera: ¿Qué otro país tiene ese tipo de opción de venta apocalíptica?
Romney tiene razón al decir que endeudarse tanto con China es malo para Estados Unidos. También lo es endeudarse con Japón. Tal vez Estados Unidos pueda pensar en endeudarse más en el plano local. La deuda nunca debería ser la principal exportación de un país.
William Pesek/ Bloomberg News