¿A quién le importa?
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 14 julio, 2008
Claudia Barrionuevo
Nuevamente titulo un artículo con el nombre de una canción. Esta vez se trata de un tema del famoso grupo español de los años 80 Alaska y Dinarama. “A quién le importa” es la canción más conocida de la excéntrica cantante y ha sido grabada por distintos artistas y en diversas versiones en Latinoamérica.
Y aunque se convirtió en un himno gay, su letra es válida no solo para aquellos que escogen una preferencia sexual diferente a la norma, sino también para todos los que eligen vivir de una manera poco convencional.
A finales del siglo pasado, mis hermanos y yo vivimos —no diré que sufrimos— el hecho de ser los hijos de una actriz. Si a eso le sumamos la ideología familiar, la amistad con varios homosexuales y el divorcio de mis padres les aseguro que —como en la canción de Alaska— la gente nos señalaba y susurraba a nuestras espaldas, y a nosotros nos importaba un bledo. Y eso que pocos sabían del ateísmo de la mayoría de los miembros de nuestro clan.
Hace años decidí que no pensaba ocultar lo que pienso y siento, en definitiva lo que soy. En parte porque soy adulta, respetuosa de los demás y de mi entorno y espero lo mismo de mis compañeros de ruta: respeto por mis convicciones; en parte porque quiero que mis hijas vean que soy la misma: en mi casa o fuera de ella y, también, porque vivo en el siglo XXI y confío en que los prejuicios por ser diferente hayan desaparecido.
¡Qué ilusa! No se han acabado. Nietas de actriz divorciada, hijas de dramaturga que vive en unión libre y columnista que expresa sus ideas sin tapujos, Manuela y Valeria saben que —para algunos— ellas viven en un hogar muy liberal. Para la mayoría eso es un rasgo simpático; para unos pocos, un pecado.
No es grave: sobrevivirán como mis hermanos y yo sobrevivimos. Me concentro en enseñarles a ser respetuosas y a la vez libres. Deseo que escojan su religión, su profesión, su ideología, su forma de vida; en fin, su destino, sin lastimar a nadie. Quisiera —como toda madre— que nadie las lastime a ellas.
Los extranjeros, los que profesan otras religiones diferentes a la católica o a las múltiples protestantes, los que se visten “raro”, los que tienen ideologías no convencionales, los que se tatúan y se ponen piercings, los homosexuales y muchos otros ciudadanos más, son víctimas de la ignorancia de aquellos que no pueden entender que, las diferencias y el respeto estas, nos convierten en una sociedad más amplia y rica.
Que la gente invente chismes sobre estos adultos que —respetando la libertad de los otros— tienen formas distintas de vivir, me tiene sin cuidado. Pero cuando los ignorantes elevan sus prejuicios inventando historias de los niños es imperdonable: laceran su dignidad, pretenden lastimar su integridad con fantasías que surgen de sus pequeños cerebros.
Como podrán imaginar por lo beligerante de mi artículo esto me sucedió a mí. Y lo comparto con mis lectores para que —si son víctimas de los prejuicios— no sufran y —si son prejuiciosos— aprendan a combatir sus propios miedos a lo que les resulta diferente. Pero —sobre todo— para que sepamos defender a nuestros niños y niñas de la malevolencia de las mentes obtusas.
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