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Elecciones 2014: Reflexiones críticas (II)

Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 14 febrero, 2014


Elecciones 2014: Reflexiones críticas (II)

Si algo tuvieron de novedoso y trascendente estas elecciones es el hecho de que Costa Rica ha entrado de lleno en el siglo XXI. El fin del siglo XX y sus secuelas en el ámbito político se hizo manifiesto en el impactante pluralismo partidario, ideológico y político de la próxima Asamblea Legislativa.
La decadencia de aquellos partidos que funcionaban como clubes de amigotes a los que se debe lealtad desde el nacimiento hasta la muerte, ha terminado. Si algo han mostrado los debates en la televisión es que el ciudadano ya no se rige tanto por fidelidades partidarias, sino que opta por adhesiones personales.
En la televisión se invisibilizan los partidos y las organizaciones políticas en beneficio de las individualidades. Frente a la pantalla chica, la gente ve un 80% y solo oye un 20%. Es la persona toda entera, lo que capta la atención del espectador-oyente. Y esa persona se refleja en la manera como viste, como gesticula, como reacciona. El mensaje icónico es lo que cuenta a los ojos y llega a la conciencia del votante.
El candidato no es el jefe de un partido ni el vocero de una ideología ni de un sector de la sociedad, sino el icono con el que se simpatiza o al que se rechaza. Su discurso son también sus gestos tanto como sus palabras.
La televisión hace que los protagonistas no sean personajes sino personas porque la gente los mira como miembros de su intimidad. Porque los medios de comunicación y, en general, los artefactos de la industria ligera son concebidos para responder a lo que, según Erick Fromm, configura el psiquismo del hombre y la mujer modernos: la soledad. Todos los instrumentos electrónicos han sido concebidos para reemplazar la presencia de otros seres humanos.
La televisión hace que los políticos sean parte de nuestra intimidad, lo que los hace familiares aunque nunca hayamos tenido contacto personal con ellos. Los debates televisivos o radiales sustituyen a las discusiones en las cantinas o entre amigos, o las manifestaciones de plaza pública.
A través de las redes sociales los desconocidos dejan de ser tales y se convierten en amigos o enemigos pero siempre cercanos. Poco importa que guarden el anonimato, ya que en la vida cotidiana moderna se está acostumbrado a rozarse con masas anónimas, sea en la calle, en los buses, en las fiestas populares, en los estadios o en los festivales musicales.
Las amistades y enemistades se hacen y se deshacen con la misma facilidad en la cotidianidad como en la política. Es el triunfo de lo perecedero, como es la lógica con que opera la sociedad de consumo, donde la tecnología hace que un aparato comprado el año pasado sea hoy considerado obsoleto.
Mas allá de este flujo heraclíteo del tiempo, lo que las nuevas generaciones reclaman es, ante todo, la autenticidad en el candidato y lo que más odia es la doble moral. A eso se le llama hoy en día “transparencia”.
La comunicación entre los candidatos y los ciudadanos se da más por intuición que por reflexión. Sin embargo, la discusión y el debate tienen el insustituible valor de obligar al votante a romper la fascinación, es decir, esa especie de droga que provoca el líder carismático y que llevó al pueblo alemán, al malévolo embrujo que le provocaron las gesticulaciones y las peroratas del Fûhrer.
El discurso y la confrontación siempre serán necesarios para inmunizarse contra la tentación de incurrir en esa drogadicción a que pueden sucumbir las masas frente al líder que presume ser mesías.


Arnoldo Mora

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